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20 agosto 2016

Dr. Brian Weiss: regresión a una vida pasada, en tiempos de Jesús de Nazaret.



En el libro "Lazos de Amor", mencioné brevemente el recuerdo de una vida pasada que yo mismo había tenido. Me vi como un joven de una familia muy adinerada en la Alejandría de hace unos dos mil años. Me encantaba viajar y había recorrido los desiertos del norte de Egipto y del sur de Judea, a menudo adentrándome en las cuevas donde vivían por aquel entonces los esenios y otras sectas. De hecho, mi familia contribuía a su bienestar. 

Durante un viaje, conocí a un individuo algo más joven que yo que resultó ser muy despierto, y acampamos y viajamos juntos durante aproximadamente un mes. Él se empapaba de las enseñanzas de aquellas comunidades espirituales judías mucho más deprisa que yo. Aunque nos hicimos buenos amigos, al final nuestros caminos se separaron y yo me fui a visitar una sinagoga cerca de las grandes pirámides.

Entonces no conté el resto de la historia porque era demasiado personal y porque no quería que nadie pensara que escribía movido por la autocomplacencia: "El doctor Weiss en época de Jesucristo". Enseguida quedará claro por qué lo hago ahora, ya que la protagonista de la historia es, en realidad, Victoria, y no yo.

Volví a ver a mi compañero en Jerusalén, ciudad a la que viajaba muy a menudo, ya que mi familia realizaba allí gran parte de sus actividades comerciales. Me vi en la histórica ciudad como erudito, no como negociante, aunque seguía siendo rico. Por aquel entonces, lucía una barba entrecana impecablemente recortada y vestía una extravagante toga que era, digamos, un equivalente de la túnica de colores de José. Lo veo ahora con la misma claridad de entonces.

En aquella época había un rabino itinerante que lograba congregar a grandes grupos de personas y que, por tanto, representaba una amenaza para Poncio Pilatos, que lo había condenado a muerte. Me perdí entre la muchedumbre que se había arremolinado para ver a aquel hombre de camino a su ejecución y, cuando lo miré a los ojos, me di cuenta que había reencontrado a mi amigo, aunque era demasiado tarde para intentar siquiera salvarlo. Tuve que limitarme a verlo pasar, si bien más adelante pude ayudar económicamente a algunos de sus seguidores y a su familia.


En eso estaba pensando mientras Victoria, muy centrada en el presente y aún llena de júbilo, seguía hablando, de modo que apenas le prestaba atención cuando afirmó:

-Lo vi a usted.

-¿Dónde? -quise saber.

-En Jerusalén. Cuando Jesús se dirigía a la cruz. Era un hombre poderoso.

Sentí un escalofrío por la espalda como si alguien hubiera encendido una mecha.

-¿Y cómo sabe que era yo?

-Por la expresión de sus ojos. Es la misma que veo en ellos ahora.

-¿Qué llevaba puesto?

-Una túnica. Era de color arena, con ribetes burdeos, muy elegante. No formaba parte de las autoridades, no era uno de los hombres de Pilato, pero me di cuenta de que tenía dinero por la túnica y porque llevaba la barba, que era entrecana, muy bien recortada, a diferencia de la mayoría de la gente. ¡Sí, sí que era usted, Brian! No me cabe la menor duda.

A los dos se nos puso la carne de gallina y nos miramos maravillados.

Un psiquiatra diría: "bueno, eso es una proyección. Usted era el ponente, un sanador, y ella había visto desaparecer su dolor, así que, lógicamente, creía haberle visto en la regresión". Sí, es cierto, pero describió la túnica, mi barba, mi aspecto, la escena, la situación, todo tal y como lo había visto yo hacía muchos años en mi propia regresión. Sólo se lo había contado a tres personas y no había forma posible de que Victoria hubiera sabido de antemano qué aspecto tenía ni qué ropa llevaba.

Se trata de una situación absolutamente extraordinaria que, a día de hoy, aún me resulta inexplicable. Es algo que va más allá de la salud y de la curación, que se adentra en el terreno de la trascendental. "Tenía que ser así", le dijo Jesús, el sanador. Tengo la impresión de que son palabras importantes, pero no estoy seguro de cómo interpretarlas.

Victoria me llamó aquella misma noche, después de que terminara el taller, aún muy impresionada. Los dos, ambos científicos, éramos conscientes de que su visión de Jesús había sido validada. Habíamos superado la óptica científica para llegar hasta dos puntos en los que el destino habría querido qie nos encontráramos para que ella pudiera sanar, por algún motivo que ningunos de los dos lograba comprender. Si me vio en Jerusalén no fue por accidente o fantasía; aquello sucedió porque dos mil años más tarde yo sería el instrumento de su curación...

Extracto del libro "Muchos cuerpos, una misma Alma", del Dr. Brian Weiss.


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