¡La Humanidad (al menos, el mundo occidental cristiano) no se hace la más mínima idea de quién era (es), en realidad, aquel ser cruel y despiadado del Antiguo Testamento de la Biblia que era conocido por el nombre de: Yahvé! Pero, la Jerarquía de la Iglesia Católica, ¡¡sí lo sabe!!, y desde hace mucho, mucho tiempo. ¡Ya lo dice bien claro la Biblia cunado 'le' define como un ish milchamah, es decir. ¡un hombre de guerra! (Éxodo 15; v.3) Y, como dice el profesor de Historia de Antiguas Religiones, Mauro Biglino, no parece casual que la jerarquía vaticana dictara una suerte de directiva en la que exhortaba a obispos y sacerdotes a omitir en la liturgia el nombre de Yahvé y usar en su lugar el término: el Señor o el Eterno.
Antes de empezar, sería menester hacer una simple pregunta, ¿cuántos católicos del mundo occidental cristiano han leído -algo, por lo menos- el Antiguo Testamento, de la Biblia? ¡Normalmente, la práctica totalidad de los fieles seguidores de la religión católica apostólica romana no han leído el llamado Antiguo Testamento de la Biblia! ¡Y, ello, es un gran error!
En este artículo no se hace referencia alguna al Nuevo Testamento sino al "dios" del Antiguo Testamento de la Biblia al que se le da el nombre de Yahvé, Adonai, Jehová...
Y, el prestigioso investigador y autor del interesante y esclarecedor artículo que viene a continuación nos sugiere una lectura literal de la Biblia, es decir, del Antiguo Testamento, libre de concepciones doctrinales y de las limitaciones teológicas que se añadieron posteriormente por los príncipes de la Iglesia de Roma.
¡Ya va siendo hora de que, sobre todo, el mundo occidental cristiano, por no decir la Humanidad entera, abra los ojos y reflexione sobre el hecho de que ha sido hábilmente engañada por la Jerarquía de la Iglesia Católica Apostólica de Roma!
M. Z.
Yahvé, según el Maestro y Avatar Jesús de Nazaret es en realidad el 'Príncipe de los Arcontes', es decir, los Ángeles 'disidentes' de la Fraternidad de los Elohim que protegen a la Tierra y la Humanidad desde el Alba de los Tiempos. ("El Libro Secreto de Jeshua - Tomo II - D. Meurois)
'Los Arcontes', en definitiva, son esos Elohim ('Ángeles Caídos') que se opusieron a los designios del DIOS VIVIENTE PADRE Y MADRE DE TODO Y DE TODOSen nuestro universo galáctico.
por José Antonio Campoy (periodista de investigación)
"El sincretismo religioso que supone el cristianismo, rama desgajada a fin de cuentas del judaísmo cuando los entonces fundadores del movimiento entendieron que el Mesías tanto tiempo esperado por ellos y anunciado por sus profetas era Jesús de Nazaret, hizo que se asumieran como propias todas las creencias ancestrales del «pueblo elegido», y que aún hoy en día se considere al Antiguo Testamento un libro «sagrado». Algo que, a la luz de nuestros conocimientos actuales, se nos antoja irracional.
Por ejemplo, entre las creencias más arraigadas se encuentra la de que Yahvé (Adonai era el nombre más utilizado por el pueblo hebreo) era Dios; y que, consecuentemente, cuando Jesús se dirigía al Padre, se dirigía a Yahvé. Algo absolutamente ridículo.
Veamos por qué..., ¡y, lo entenderemos!
La versión griega del Antiguo Testamento tradujo la palabra hebrea berit (‘alianza’) por diathéke, que significa ‘disposición’, y de ahí el empleo del término testamentum de la Vulgata (versión latina de la Biblia, única oficial en la Iglesia Católica latina desde el Concilio de Trento del 1546) y, por tanto, del nombre de Antiguo Testamento para designar la «Alianza» que Yahvé concluyó con Israel, en contraposición al Nuevo Testamento, que refleja la «Nueva Alianza» sellada por Jesucristo.
En otras palabras, y de forma simplista, para los judíos el único «libro sagrado», la Biblia, es lo que para los cristianos es el Antiguo Testamento.
Es decir, un conjunto de libros históricos, mayoritariamente escritos en hebreo, que se fueron recopilando a lo largo de ocho siglos hasta constituir el bloque actual. Libros a los que se atribuyó carácter de «revelados» y cuyo contenido fue tenido, consecuentemente, como «palabra de Dios». Y, sin embargo, el discurso de Cristo fue demoledor para tales creencias, al punto de que la mayor parte de aquellas normas y preceptos quedaban, si se atendían —y entendían— sus palabras, obsoletos.
Lo que sucede es que los seguidores de Jesús eran judíos, él mismo se formó en las enseñanzas tradicionales —recuérdese su intervención en el templo ante los doctores de la Ley— y no debió ser fácil para sus discípulos comprender que el Dios del que hablaba no se correspondía —ni por asomo— con Yahvé (Adonai). De hecho, tan evidente contradicción trajo locos a los exégetas y teólogos, hasta que llegaron a un sincretismo tan singular que Yahvé pasó a ser tenido como un Dios «justo y misericordioso», como si ambas cualidades fuesen compatibles.
Porque, o se es «justo» —y, dicho gráficamente, el que la hace, la paga— o se es misericordioso —y entonces se ejerce el perdón, y no la justicia—. En suma, o se cree en el Dios de Amor que predicó Jesús o en el Dios celoso, déspota, sanguinario y cruel que fue Yahvé.
Y, si tiene usted duda alguna del carácter de ese personaje, moléstese simplemente en leer el Antiguo Testamento de la Biblia o, cuando menos, en atender los siguientes párrafos entresacados del texto bíblico.
Un Yahvé asesino.
Cuenta el Antiguo Testamento, por ejemplo, que cuando Coré se rebeló contra Moisés, éste le ordenó presentarse con 250 de sus hombres portando incensarios ante Yahvé a la puerta de la Tienda del Encuentro. Y que habiendo acudido éstos, junto al resto de la comunidad, Moisés dijo entonces: «“En esto conoceréis que Yahvé me ha enviado para hacer todas estas obras y que no es ocurrencia mía: si mueren estos hombres como muere cualquier mortal alcanzado por la sentencia común a todo hombre, es que Yahvé no me ha enviado.
Pero, si Yahvé obra algo portentoso, si la tierra abre su boca y los traga con todo lo que les pertenece, y bajan vivos al 'seol' (profundidades de la tierra), sabréis que esos hombres han rechazado a Yahvé”. Y sucedió que nada más terminar de decir estas palabras, se abrió el suelo debajo de ellos; la tierra abrió su boca y se los tragó, con todas sus familias, así como a todos los hombres de Coré con todos sus bienes» (Números 16, 28-30). Añadiéndose más adelante que «brotó fuego de Yahvé, que devoró a los 250 hombres que habían ofrecido el incienso» (Números 6, 35).
¿Alguna duda de cómo se las gastaba Yahvé? Pues más adelante, al relatar uno de los episodios durante la travesía del «pueblo elegido» durante ¡40 años! por el desierto —lo que, de por sí, sugiere que Yahvé debía ser dado a las bromas pesadas o tenía muy mal humor— la Biblia narra cómo los judíos empezaron a impacientarse, no entendiendo qué hacían dando vueltas y más vueltas sin llegar a ninguna parte, por lo que manifestaron esa inquietud a Moisés.
Bueno, pues la reacción de Yahvé no fue precisamente comprensiva, sino «aleccionadora». Así se cuenta en Números 21, 6: «Envió entonces Yahvé contra el pueblo serpientes abrasadoras que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel». Vamos, como para que cualquiera protestara.
Un Yahvé «celoso» y posesivo.
No deja de llamar también la atención el carácter posesivo y celoso del tal Yahvé. Y, desde luego, sorprende que tuviera tanto recelo a la hora de exigir fidelidad, manifestando abiertamente el temor de que «su» pueblo decidiera dejarle e irse «con otros dioses». Basta para ello leer en Deuteronomio 7, 9-10 la advertencia que le hace a Moisés: «Has de saber, pues, que Yahvé tu Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos, pero que da su merecido en su propia persona a quien le odia, destruyéndole».
Advirtiéndole luego: «Pero si llegas a olvidarte de Yahvé tu Dios, si sigues a otros dioses, si les das culto y te postras ante ellos, yo certifico hoy ante vosotros que pereceréis. Lo mismo que las naciones que Yahvé va destruyendo a vuestro paso, así pereceréis también vosotros por haber desoído la voz de Yahvé vuestro Dios» (Deuteronomio 8, 19-20). ¿Otros «dioses»? ¿Tenía miedo Yahvé de que su pueblo prefiriera a otros «dioses»? Pues se nos antoja un «dios» muy humano, la verdad.
Un Yahvé torturador.
Y, no es sólo que fuese vengativo. Porque basta leer el episodio en el que se narra que Israel se estableció en Sittim y el pueblo de Yahvé —modélico él— se puso a «fornicar con las hijas de Moab» y se postraron ante sus dioses, y comprobar la reacción que tuvo: «Dijo Yahvé a Moisés: “Toma a todos los jefes del pueblo y empálalos en honor de Yahvé cara al sol; así cederá el furor de la cólera de Yahvé ante Israel”. Dijo Moisés a los jueces de Israel: “Matad cada uno a los vuestros que se hayan adherido a Baal de Peor” (Números 25, 4-5). Añadiendo más adelante que «murieron de aquella mortandad veinticuatro mil» (Números 25, 9).
En definitiva, además de asesino, un torturador capaz de empalar —técnica que consiste en introducir un gran palo por el ano a las personas e insertárselo hasta la boca— a quien, según su paranoico parecer, le traicionaba.
Un Yahvé vengativo.
También en Números 31, 2 leemos cómo Yahvé le dice a Moisés: «Haz que los israelitas tomen venganza de los madianitas». Pues bien, según ese mismo texto, los israelitas mataron a todos los varones y además «hicieron cautivas a las mujeres de Madián y a sus niños y saquearon su ganado, sus rebaños y todos sus bienes. Dieron fuego a todas las ciudades en que habitaban y a todos sus campamentos» (31, 9-10). Y, no contento con eso, Moisés ordenó matar «a todos los niños varones» y «a toda mujer que haya conocido varón». Digno discípulo de tan criminal señor.
Un Yahvé pirata.
Pero, aún hay más, porque en el mismo texto se comenta cómo el «pueblo elegido» se reparte el botín tras los saqueos —incluidas en él en esta ocasión las 32.000 mujeres «que no habían dormido con varón» (es decir, vírgenes)—, quedando meridianamente claro que también Yahvé participó del mismo (Números 31, 28). De hecho, la parte del botín que se llevó Yahvé viene reflejada en el texto bíblico, donde se explicita que le correspondieron 675 cabezas de ganado lanar, 72 de vacuno y 61 de asnal, así como 32 prisioneros (Números 31, 32-40). Botín que se completó, según leemos en Números 31, 52, con dinero en metálico: «El total del oro de la reserva que guardaron para Yahvé, de parte de los jefes de millar y de cien, fue 16.750 siclos». Y uno no puede dejar de preguntarse para qué quería «Dios» tanto ganado, dinero en metálico y 32 esclavos (¿mujeres tal vez?).
Un Yahvé amoral.
Y, no piense el lector que los preceptos y normas del tal Yahvé tienen algo que ver con las formuladas por Jesús. Basta leer el Código Deuteronómico (ver Deuteronomio 12 a 28) para comprobar de qué clase de personaje estamos hablando y qué peculiar ética tenía, más propia de una mente enferma que de Dios. Y, valga como muestra un ejemplo: «Si un hombre encuentra a una joven virgen no prometida, la agarra y se acuesta con ella, y son sorprendidos, el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata; ella será su mujer porque la ha violado, y no podrá repudiarla en toda su vida». (Deuteronomio 22, 28-29). Huelgan comentarios.
Un Yahvé magnicida.
Y, no se engañe, amigo lector. No es que Yahvé fuera un asesino: era un auténtico magnicida. Veamos algunos ejemplos... Al hablar de la conquista del reino de Sijón, Moisés cuenta cómo Yahvé le ordenó apoderarse de ese territorio y la batalla que tuvo lugar en Yahás, confesando: «Nos apoderamos entonces de todas sus ciudades y consagramos a la anatema toda ciudad: hombres, mujeres y niños, sin dejar superviviente» (Deuteronomio 2, 34). Hecho que se repetiría con la conquista del reino de Og, reconociendo el texto bíblico igualmente que mataron a todos sus habitantes, sin dejar «ni un superviviente» (Deuteronomio 3, 3).
¿Y, qué decir del exterminio cometido contra el pueblo israelita sobre los benjaminitas por orden expresa de Yahvé? Así podemos leerlo en Jueces 20, 35: «Yahvé derrotó a Benjamín ante Israel y aquel día los israelitas mataron en Benjamín a veinticinco mil cien hombres, todos ellos armados de espada», añadiendo más adelante que luego «pasaron a cuchillo a los varones de la ciudad, al ganado y a todo lo que encontraron».
Ello, además de incendiar todas las ciudades a su paso (Jueces 20, 48). Y por si a alguien le queda alguna duda de la catadura del tal Yahvé, veamos lo que Samuel le transmite a Saúl por orden de Yahvé, en relación a la guerra que entablaron con los amalecitas: «Ahora vete y castiga a Amalec, consagrándolo al anatema con todo lo que posee; no tengas compasión de él, mata hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos» (I Samuel 15, 3). ¿El resultado? Según el texto bíblico, que Saúl «capturó vivo a Agag, rey de los amalecitas, y pasó a todo el pueblo a filo de espada en cumplimiento del anatema» (I Samuel 15, 8).
Recordemos, por último, que la batalla celebrada entre los israelitas comandados por Asá y Judá y el ¡millón de etíopes! dirigidos por Zeraj, finalizaría —siempre según el texto bíblico— con la muerte de todos ellos «hasta no quedar uno vivo» (II Crónicas, 14, 12). ¿Un millón, pues, de muertos?
Un Yahvé infanticida sin piedad.
"Aconteció, pues, que a eso de la medianoche mató Yahvé a todos los primogénitos en la tierra de Egipto, desde el primogénito del Faraón, su sucesor en el trono, hasta el primogénito del esclavo, recluido en la cárcel, y a todos los primogénitos de los animales.
Levantóse el Faraón en la noche, él, todos sus servidores y todos los egipcios, y hubo llanto general en Egipto, porque no había casa donde no hubiera un muerto". (Éxodo c. 12-29 y 30)
"Todo primogénito me pertenece y también todo primer nacido macho de tus ganados, (...) Rescatarás todo primogénito entre tus hijos, y nadie se presentará ante mí con las manos vacías" (Éxodo c. 34-19 y 20) Este precepto instaurado por el infanticida Yahvé, en cuanto a la entrega de los primogénitos a los ocho días de su nacimiento no tenía otra finalidad que el ser inmolados al fuego del holocausto. Esto se confirma en Ezequiel 20,25 y sig.:
"(...) por no cumplir mis mandamientos, por despreciar mis preceptos, profanar mis sábados y haber puesto sus ojos en los ídolos de sus padres. Llegué al punto de darles preceptos que no eran buenos y mandamientos que no conducen a la vida; permití que se contaminaran con sus propias ofrendas, haciéndoles sacrificar a sus primogénitos para que se horrorizaran y reconocieran que yo soy el Señor (Yahvé) (...)". (Ezequiel c. 20 - 24 y 26)
Este dantesco y terrible texto tampoco da lugar a ninguna interpretación metafórica o alegórica sino que es, tal cual, literalmente.
"Haciéndoles sacrificar a sus primogénitos" es el significado puro y duro -dice el profesor Mauro Biglino-, tan devastante e inaceptable para la doctrina católica que, a menudo, se oculta hábilmente con el término 'consagrar', que nada tiene que ver con la literalidad del texto hebraico: 'INMOLABAN EN EL FUEGO A TODOS LOS PRIMOGÉNITOS', ni con la finalidad del acto en cuestión.
Los sacrificios humanos continuaron, al menos, hasta el año 622 a.C., momento en que la reforma del rey de Judea, Josías, los sustituyó por las oblaciones con corderos. Tiempo, por lo demás, relativamente cercano como para cancelarlo de la memoria (al respecto pueden verse los estudios del profesor Giovanni Garbini), -dice el profesor Biglino-.
Epílogo.
No piense el lector que lo narrado en este artículo es un amplio resumen de las acciones más abominables de Yahvé; es sólo una pequeña muestra. El número de actos deleznables que uno puede encontrar en el Antiguo Testamento es mucho más amplio. Por mi parte, sólo me resta hacerle una pregunta: ¿de verdad sigue usted creyendo que Yahvé era Dios?"
por José Antonio Campoy
Anexo: "Cada cual puede sacar sus propias conclusiones sobre la amoralidad o inmoralidad de aquel individuo llamado Yahvé (Jehová, Adonai) del que se quiere hacer creer que es el mismo Dios, el sumo legislador que al final de los tiempos, dispondrá de nosotros 'según proceda en justicia'. Si se me permite una broma: ¡Que Dios nos libre!Por fortuna para todos, Yahvé no es Dios; de lo contrario, nuestra vida y, sobre todo, la anhelada eternidad estarían en pésimas manos". - Mauro Biglino (trabajó durante 29 años para el Vaticano como traductor del hebreo antiguo).
En su libro La conspiración del Ángel Gabriel, el experto bíblico David Cangá hace la siguiente reflexión:
«Esta entidad (Yahvé, Jehová, Adonai)) es adorada actualmente por los 14 millones de judíos, los 2.200 millones de cristianos y también por los 1.800 millones de musulmanes, ya que el dios del Islam, el dios mencionado en el Corán, aunque es llamado Allah, es para los musulmanes el mismo dios de las escrituras hebreas y los Evangelios. Esto, nos da como resultado que de los actuales 7.000 millones de habitantes del planeta Tierra, 4.014 millones (casi el 60%) adora a un dios bárbaro que se jactaba de ser celoso y vengativo, que pedía que se le presentaran extrañas ofrendas rituales consistentes en animales descuartizados puestos al fuego, que ordenaba robos y quemar mujeres vivas, que asesinaba sin compasión a niños de pecho por faltas cometidas por los padres de éstos (…) ¡Es algo que me desconcierta desde hace varios años, lo confieso!»… «Este fenómeno me resulta intrigante, porque pareciera que ese casi 60% de la población mundial que lo adora, está sometida a una especie de hipnosis o bloqueo mental, que le impide abandonar el culto claramente irracional a este ser», escribe Cangá.
¡¡SI LA HUMANIDAD SUPIERA QUIÉN ERA REALMENTE ESE INDIVIDUO LLAMADO YAHVÉ, JEHOVÁ, ADONAI..., A PRÁCTICAMENTE TODOS SE LES PONDRÍAN "LOS CABELLOS BLANCOS DE GOLPE"!! LA JERARQUÍA DE LA IGLESIA CATÓLICA SABE Y DESDE HACE MUCHO, MUCHO TIEMPO, QUIÉN ES EN REALIDAD ESE SER LLAMADO YAHVÉ, PERO NO LO REVELARÁN JAMÁS..., ¡¡¡PORQUE NO PUEDEN!!!AUNQUE, LÓGICAMENTE, CUESTE CREERLO..., ES..., "EL PORTADOR DE LUZ". M. Z.