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21 enero 2017

¿Por qué no decir nunca que los queréis a vuestros seres queridos? (Un Maestro de Shambhala)


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¿Por  qué  no  decir  nunca  que  los  queréis  a  vuestros  seres queridos? ¿Por qué no sonreír a los que no conocéis pero que la vida sitúa ante vosotros durante un minuto o una hora? 

La felicidad de estar en la Tierra empieza ahí... Al maestro Jesús, a Buda, a Krishna o al profeta Mahoma les importa poco que creáis en  ellos.  De  nada  les  sirven  los  dogmas  que  vuestros apetitos han  forjado  a  partir  del  regalo  que  fue  su  vida.    La mesa maravillosa a la que os convidan no lleva el sello ni es propiedad de ninguno  de  ellos.  Sólo  vuestra  resolución  de amar, cualquiera que  sea  la  franja  de  color  del  arco  iris  que revistáis, os da acceso a ella.  

Ya os lo he dicho: hay que redescubrir la sencilla felicidad de estar en la Tierra... pero debería añadir también "la suerte" de estar en la Tierra.  

Escuchad esto: en la infinitud del Universo las formas de vida son tan  múltiples  y  tan  abundantes  que  a  un  solo  hombre le llevaría  toda  su  vida  intentar  contarlas.  Esas  formas  adoptan apariencias tan diversas y alcanzan a niveles de conciencia tan dispares, que podría parecer que no tienen nada en común. Y, sin embargo,  la  verdad  es  que  tienen  un  denominador  único, así como lo tenéis vosotros, como todos los que viven en esta Tierra, por muy  diferentes que podáis ser unos  de otros. 

Ese denominador  común  es  la  búsqueda  de  la  Identidad,  o  si lo preferís, la voluntad del reencuentro con el Origen primero del que  esas  formas  conservan  siempre  la  huella  y  el  recuerdo más  o  menos  revelado.  Para  ello,  necesitan  un  anclaje,  un puerto de matrícula para el buque del alma. Les hace falta un barro donde sea bueno protegerse, en el que es imprescindible frotarse.

Curiosamente, en su densidad, ese barro desempeña el  papel  de un espejo.  En  él,  todo  el  mundo  se  observa,  se maquilla,  se labra de  nuevo,  no  en  la  superficie  como  podría parecer,  sino en profundidad.  Su  papel,  y  la  llave  que proporciona así, son tan determinantes que las formas de Vida sólo  pueden  heredar  de ella en  un  momento  preciso  de  su evolución.  

¿Habéis imaginado alguna vez que haya almas en busca de un cuerpo de materia, de un cuerpo de tierra, bien denso? ¿Os parece estúpido?  Sin  embargo,  existen  miríadas  de  ellas  en esa situación, que esperan a que se abra la puerta porque ven hasta qué punto  el  camino  pedregoso  forma  al  hombre.  No buscan el sufrimiento... No creáis eso... Ese no es el motor de crecimiento indispensable y universal que algunos se imaginan.  

Quieren  conocerse  solas,  ante  una  montaña  por  escalar, porque saben que es en su cumbre, allí donde el ego empieza a fundirse, donde se despliega un horizonte nuevo. Algunos se convencerán de que todo esto es una fábula o algo estéril. Y, efectivamente,  puede serlo  si  todos  vosotros,  hombres  y mujeres,  individual  y colectivamente,  no  tomáis  la  firme decisión de aprovechar la oportunidad que seguís teniendo de amaros,  tal  y  como  sois, primero,  tal  y  como  vais  a  haceros, después.  

Me  habéis  oído  bien:  tenéis  que  empezar  por  amaros  tal  y como  sois…,  con  vuestras  insuficiencias,  vuestras  bajezas  y vuestros  potenciales,  revelados  o  no.  No  se  trata  de  una invitación al narcisismo o al ombligismo. Lo que me interesa no es ni vuestro caparazón ni vuestra indumentaria social. ¡Lo que fingís y  los  escudos  protectores  que  construis,  por  muy cromados que sean, se salen del tema!  

Cuando  os  pido  que  os  améis,  os  pido  que os aceptéis  con vuestras  limitaciones  porque  éstas  son  simples  heridas momentáneas, reflejos de vuestro caminar hacia la Luz. Son el signo de que la tierra ya ha sido arada en vosotros y de que tenéis miedo...  pero  no  son  vosotros.  Comprendedme,  insisto en esta verdad: vuestras "fealdades" no son vosotros. No veáis en  ellas más que  vuestras  "cicatrices".  

¿Vais  a  seguir identificándoos  con el desgarrón  sufrido  por vuestro  traje?  La Tierra-elemento  os  da la posibilidad  de viajar de una punta a otra de ese desgarrón, y en eso debéis honrarla... Pero desde luego no espera que os asimiléis a la herida que ilumina. 

Quizá  os  extrañe  que  os  hable  de  la  energía-Tierra,  de  la materia-Tierra  como  de  una fuerza  consciente,  perfectamente viva, al mismo título que vosotros y capaz de "esperar algo de vosotros..."  Sin  embargo,  no  podría  utilizar  un  lenguaje  más concreto.  

Sí,  la  Tierra  piensa,  la  Tierra  quiere,  la  Tierra espera...  Por supuesto, primero está la  Tierra  por la que  os movéis  y que  os ha desposado  Era  tras  Era,  desde  hace  millones  de años.  No vive simplemente  como  un  organismo  regido  por mecanismos biológicos. 

Resultado de imagen de nuestro planeta la Tierra piensa, siente, nos ama y cuida 

Es  algo  distinto  de  una  máquina natural  bien  engrasada  o  de un  equilibrio  ecológico  que  hay que  salvaguardar.  Debéis reconocer  en  ella  al  Ser  total  que representa desde toda la eternidad, es decir, con sus múltiples niveles de manifestación, del más denso al más sutil. 

Cuando recorréis sus caminos, cuando bogáis por  sus mares  o voláis por sus aires,  nadáis en su cuerpo vital, insensibles la mayor parte  del  tiempo  a  la  irradiación  de  su  conciencia.  No me extenderé sobre esta ruptura: sentirse culpable nunca ha sido agente de  construcción.  Sólo  os  digo  que  'el  divorcio'  ya  ha durado bastante,  que  ya  ha  actuado  lo  suficiente  y  que  la Reconciliación con vosotros mismos pasa forzosamente por un nuevo pacto con la Tierra-conciencia, expresión femenina de la Fuerza  de  Vida.  

Todo  es  cuestión  de  intercambio.  No  la habitáis sólo como se habita una casa, porque también es una casa que habita en vosotros. 

Vuestros devenires están ligados.  Así,  las  células  de  vuestro cuerpo  os  modelan  a  su  ritmo, mientras que vosotros influis en ellas y las modeláis al vuestro.  Habéis  envilecido  la  materia  al no  comprenderla,  al  dejaros llevar  a  engaño  por  dogmas erróneos.  No  habéis  visto  hasta qué  punto  debía  y  podía elevarse  al  mismo  tiempo  que vosotros.  

Vuestra  obra  de  Reconciliación  implica  una espiritualización de la densidad,  es decir, del aspecto pesado que la Tierra imprime en vosotros y a vuestro alrededor.  Bonita palabra, me diréis... 

¡Espiritualización! Es cierto que no significa  gran  cosa  ya  que todo,  todo,  es  fundamentalmente espiritual.  Entiendo  con  ello que,  cada  "cosa",  cada  ser,  cada acto tiene su principio en el Espíritu y que su destino es volver al  Espíritu...  ¡Incluso  lo  que concebís  como  nefasto  para  la Vida, incluso lo que se rebela contra ella!  

El agente universal se llama Amor. Aun cuando se disfraza de amor por la violencia, por la dominación y por las posesiones, sigue siendo  Amor.  Por  lo  tanto,  lo  que  algunos  llaman  la rebelión de  la  Materia  contra  el  Espíritu  no  es  más  que  un episodio querido por la propia Vida en su fabulosa expansión.  

Es una semilla de libertad, quiero decir de experimentación, de exploración de uno mismo. La posibilidad de equivocarse y de errar…, ese es el mejor regalo que se os podía hacer porque os obliga a respirar por vuestra cuenta; os obliga a trazar vuestros propios  mapas  y  a  avanzar  de  verdad,  quizá  despacio,  pero desde luego no como un autómata.  

La  Tierra  que  vive  pues  en  vosotros,  sabedlo,  es  una bendición, ya que representa el derecho a equivocarse que os hace crecer.  ¿Estáis  dispuestos  a  volver  la  página  para consideraros de forma diferente?
  
Ahora os propongo un juego para hacer avanzar un poco más vuestra exploración.  Sentaros  tranquilamente  delante  de  un espejo,  no  muy  lejos de  él,  digamos  a  medio  metro.  ¿Qué veis en  él?  Evidentemente  un  ser,  un  ser  que  creéis,  que  decís  que es vosotros. Es posible que su fisionomía os guste, que apreciéis el tono de su piel, los contornos de su rostro o incluso la caída de su cabellera...  Pero también puede que no os guste el color de sus ojos, la curva de sus mejillas, su aspecto general o cualquier otra cosa.  

Resultado de imagen de uno mismo frente al espejo

Sin embargo, todo eso, todo lo que os gusta y todo lo que os molesta,  todo eso no  representa  más que una  pequeña capa de vosotros...  Por  supuesto,  eso  no  es  nada  nuevo,  ya  lo sabéis. 

Sin embargo, de todas formas es en ese nivel en el que os demoráis: ¿Qué opinan los otros de él? Esos labios que me parecen caídos y esa arruga en medio de la frente, ¿cómo los comprenden? 

Invariablemente,  esa  superficie  y  lo  que  imagináis  que  se desprende de ella se convierten en vuestro punto de referencia, la base de vuestra reflexión. Por eso, os propongo que os miréis de forma  distinta  en  el  espejo.  Eso  presupone  que  no  os observéis, que no os espiéis.  Lo que vais a mirar fijamente son vuestros  ojos,  no  de  forma  intensa  y  decidida  para  captar cualquiera sabe qué, sino con paz y dulzura. 

Os aseguro que no  habrá  nada  que  capturar  en  esos  ojos  que, tal  vez,  vais  a mirar  de  verdad  por  primera  vez  en  vuestra vida.  Su  color carece  de  importancia;  lo  que  sí  la  tiene  es  lo que  os  van  a contar, sencillamente, sin intermediario posible. 

Para  ello,  os  sugiero  que  aceptéis  sumiros  en  ellos,  sin artificio, como os fundiríais en la mirada de aquél o aquella a quien amáis y por quien iríais hasta el fin del universo. No es nada difícil; sólo  se  os  pide  que  soltéis  un  poco  la  presa, aunque  al principio  la  experiencia  no  sea  muy  agradable. 

Sumiros, pues, en ese océano que no conocéis, ya que hasta ahora sólo os habíais fijado en sus reflejos.  Sumiros  en  él  y preguntadle:  ¿Quién  eres?  Repetid  la pregunta  si  hace  falta, no dejará  de  contestar.  Desde  luego, quizá no os murmure una frase, ni siquiera una palabra… pero os contestará a su manera.

Seguramente al principio por una impresión  fugitiva,  y  después por  la  percepción  de  un sufrimiento,  seguramente  un  miedo. Poco  a  poco,  intentaréis dar un nombre a ese sentimiento, a esa pena o a ese miedo.  Entonces, días tras día, cada vez que repitáis ese diálogo con el espejo, intentaréis sonreír un poco más a esa Tierra dolorosa, antaño desconocida, del fondo de vuestros ojos.

Vais a decirle que la queréis, no para que perdure sino para que se supere a sí misma y una flor venga a iluminarla.  Os lo afirmo, en voz bien alta, amigos: cuando se es capaz de regalarse una flor a uno mismo -no he dicho de comprarse una flor- se ha dado un gran paso hacia la Reconciliación, y uno se vuelve capaz de regalar realmente una flor a los demás. 

En ese momento  se  vuelve  posible  el  auténtico  regalo,  el  que no depende de un reflejo social o de una voluntad inconsciente de mostrar su dominación.  

¡Desde ese momento, ¿sabéis?, es la fiesta de la Tierra!  Esta práctica de la "mirada amante" que acabo  de sugeriros no  debe inscribirse  en  vosotros  como  un  ejercicio  a  realizar.  No  se dirige  a  vuestro  intelecto  ni  a  ciertos  músculos  de  la memoria, sino  a  vuestro  corazón.  ¡El  corazón!  

Sólo  por  él podréis devolver su virginidad a la Materia, a la Tierra que está en vosotros y a la Tierra total. Esa es una llave que os dibujo, primero para el  amor del mundo visible, para  el amor de uno mismo...  Ya  que,  dejad  de  ignorarlo,  hay  que  empezar la ascensión  por el amor de  lo  Visible,  puesto  que  lo  Visible  es uno de los idiomas del Invisible. 

Babaji


"Wesak. La hora de la Reconciliación" - Anne y Daniel M. G.


Nota de M:/ El Maestro de Sabiduría de Shambhala, Babaji, fue uno de los instructores del Maestro Jesús durante su estancia de 17 años en la India. Jesús marchó cuando apenas tenía 13 años y regresó a Galilea cuando tenía 30.


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