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02 junio 2016

El Sol: fuente de toda forma de vida y de todo cuanto existe. ¡El Padre y Madre de la Creación!



La luz del Sol es el requisito primordial biológico para la supervivencia y la perpetuidad del planeta. A ella le debemos nuestra existencia; sin Sol no existiría la Tierra, ni tampoco la vida, ni la humanidad.

Las primeras formas de vida del planeta Tierra usaban la luz del Sol como materia prima de supervivencia. Se trata de organismos fotosintéticos y autotróficos que aún hoy en día, tras años de evolución, siguen existiendo. Todos hemos evolucionado a partir de esas primitivas formas dependientes del Sol. Si bien hemos trascendido como seres mucho más complejos, seguimos conservando una dependencia muy básica de la luz solar. Sin ella pereceríamos.

La exposición regular del cuerpo a la longitud de onda de la luz ultravioleta (UV) del Sol, que tiene efectos germicidas, ayuda a combatir de manera efectiva los gérmenes, los ácaros, los hongos, las bacterias y los virus.

La radiación ultravioleta es tan potente que incluso la industria la utiliza para esterilizar agua, alimentos, instrumentos, etcétera.

Muchas bacterias, virus y sustancias orgánicas mueren tras una exposición prolongada y directa a la luz solar.

Ejemplo de ello es la bacteria Neisseria gonorrhoeae, que muere tras ser expuesta unas horas a la luz solar y al aire libre, y lo mismo sucede con otras muchas bacterias patógenas.

¿Sabías que la luz solar acaba con las bacterias incluso a través de un vaso de cristal? ¿Y que, además, en las salas soleadas de los hospitales hay menos bacterias que en las salas sombrías?

La luz solar, gracias a su potente efecto estimulante del sistema inmunológico, es uno de los principales inhibidores de enfermedades.

Y, éste no es más que uno de los múltiples beneficios que nos ofrece con respecto a la mejoría y el mantenimiento de la salud. El Sol es realmente la única auténtica fuente energética del planeta Tierra. Él aporta a las plantas la energía necesaria para que éstas sinteticen las sustancias que precisan para crecer y reproducirse. La energía sólo puede convertirse de una a otra forma. La energía solar se almacena en las plantas, nosotros las consumimos y también la energía potencial que almacenan.

Después, esa energía se convierte en el interior de nuestro cuerpo en otras formas de energía. Las plantas almacenan la energía solar en forma de hidratos de carbono, proteínas y grasas. Cuando nosotros las ingerimos, ellas nos proporcionan la energía vital que necesitamos para llevar una vida activa y sana. El proceso digestivo, la asimilación y el metabolismo de los alimentos están destinados a descomponer, transportar, almacenar y utilizar diversas formas de energía solar encapsulada.

El eslabón inferior de la cadena alimentaria, cuando los alimentos se producen directamente por efecto de la luz solar, pone a nuestra disposición la máxima cantidad de energía solar. Por el contrario, los productos que se hallan en los niveles superiores de la cadena contienen ya muy poca energía solar, si es que tienen alguna, y son prácticamente inservibles, cuando no dañinos, para el organismo.

Entre estos últimos hay que incluir los alimentos elaborados con animales muertos, el pescado, la comida basura, los alimentos que se cocinan en el microondas, los congelados, los genéticamente modificados y otros.

La madera, el petróleo y los minerales en general no son más que diversas formas de energía solar. Existen casas que tan sólo funcionan con energía solar, una energía que es ilimitada, al contrario que otras fuentes no renovables.

La cantidad de energía que el sol envía a nuestro planeta es 35.000 veces superior que la que en la actualidad producimos y consumimos. En realidad, parte de esta energía se refleja y se pierde en el espacio, pero la atmósfera y otros elementos absorben gran parte de ella. Esta energía se puede utilizar fácilmente para múltiples propósitos. Nuestros propios cuerpos lo hacen.

Toda materia es «luz congelada». Nuestros cuerpos son hatillos de energía solar.

La glucosa y el oxígeno con que nos alimentamos son productos del Sol. No podríamos pensar o procesar nada sin las moléculas de oxígeno y glucosa energizadas por el Sol.

El aire, calentado por el Sol, es capaz de absorber el agua de los océanos, y cuando la masa de aire cargada de humedad se desplaza sobre la Tierra y asciende a niveles más altos, empieza a enfriarse, y entonces libera parte del agua que ha absorbido previamente. Esa agua cae sobre tierra firme en forma de lluvia o nieve, alimenta los ríos y, a través de ellos, los suelos y la vegetación.

En función de la posición en que se halla en relación a la rotación de la Tierra, la posición de la Luna y sus actividades cíclicas internas (ciclos solares), el Sol organiza todo el clima del planeta y los cambios estacionales hasta los más pequeños detalles, como la temperatura, las precipitaciones, la formación de nubes, los períodos de sequía, etcétera.

El planeta no es tan sólo un hogar para los seres humanos. El Sol, también tiene que apoyar el crecimiento de todos los demás seres vivos, como las plantas, los animales, los insectos y en especial los microbios, etcétera, sin los cuales la vida aquí no sería posible.

La complejidad matemática que subyace a una organización tan infinitamente diversa y compleja como es la vida en la Tierra no podría dominarse ni siquiera con billones de ordenadores. En cambio, el Sol, sin cometer error alguno, «calcula» lo que necesita cada individuo de cada especie, ya sea una hormiga, un árbol o un ser humano, para llevar a cabo su función evolutiva y su ciclo.

No es de sorprender que nuestros ancestros lo deificaran. Gentes de todo el mundo, civilizaciones y culturas diferentes adoraban al Sol.
Apolo, el dios del Sol, romano, era considerado dios de la luz y de la curación. La mitología griega describe a Helios como el dios Sol que, coronado por una brillante aureola, y conduciendo un carro, cruzaba el cielo cada día.


 

Según los antiguos egipcios, el Sol era Ra, una manifestación divina; para ellos el hombre había nacido de las lágrimas del dios Ra. Los chinos creían en la existencia de diez soles que iban apareciendo por turnos. En la India, el pueblo hindú saludaba al Sol efectuando ciertas posturas de yoga y cantando mantras sagrados, un ejercicio llamado Surya Namaskar que se sigue haciendo en la actualidad.

Las ondas electromagnéticas que genera el Sol llegan a la Tierra con diferentes longitudes de onda, que determinan sus efectos concretos y sus consecuencias. Las ondas comprenden de 0,000001 nanómetros (un nanómetro es la millonésima parte de un metro) en el caso de los rayos cósmicos, a 4.990 kilómetros, en el de las ondas eléctricas. 

Existen rayos cósmicos, rayos gamma, rayos X, diversos tipos de rayos ultravioleta, el espectro de la luz visible (constituido por siete haces de color), los rayos infrarrojos de onda corta, los infrarrojos, las ondas de radio y las ondas eléctricas.

Las capas atmosféricas que rodean la Tierra absorben la mayoría de esas ondas energéticas y se utilizan para diversos procesos. Tan sólo una pequeña porción de ellas, las que componen el espectro electromagnético, alcanza la superficie de nuestro planeta. Sin embargo, el ojo humano sólo percibe una parte de este espectro.

Aunque somos incapaces de ver ninguna de las ondas infrarrojas y ultravioleta, ejercen una fuerte influencia en todos nosotros. Según la posición de la Tierra y la estación del año, la luz ultravioleta y todas las demás porciones de luz varían en intensidad. Esto permite que todas las formas de vida experimenten continuos ciclos de cambio, necesarios para el crecimiento y la renovación.

Autor: Andreas Moritz
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