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13 abril 2017

EL MAESTRO JESÚS, CIERTAMENTE, ESTUVO CASADO CON MARÍA MAGDALENA. HECHO SABIDO, QUE OCULTA LA IGLESIA CATÓLICA.

¡Otra gran verdad -una más- que la Jerarquía de la Iglesia Católica de Roma oculta al mundo occidental cristiano! ¿Por qué ésta y otras muchísimas verdades se ocultan?

¡El Maestro y Avatar Jesús estuvo casado con María Magdalena y, este hecho irrefutable, lo conoce perfectamente la Jerarquía de la Iglesia Católica! ¿Por qué no quisieron nunca que éste hecho fuese conocido por el mundo cristiano? 


Las famosas bodas de Caná (Juan c.2-v.1), en las que Jesús de Nazaret convirtió el agua en vino, en realidad, ¡¡fueron las bodas en las que el Maestro Jesús contrajo matrimonio con María Magdalena!! ¡Y, es más, Jesús, cantó y bailó e, incluso, bromeó en su propia boda! ¡¿Hay algo de malo en ello?!

En contra de lo que pueda pensar el mundo occidental cristiano, gracias sobre todo a "la imagen" de Jesús que nos ha transmitido la Iglesia de Roma a lo largo de todos estos siglos, la verdad es que el Hijo de Dios..., ¡tenía sentido del humor! ¿Por qué no lo pudiera tener? Tenía sentido del humor y le gustaba bromear cuando la ocasión se presentaba, incluso, bromeó con dos de los soldados romanos cuando después de ser condenado a la crucifixión, le ataron el madero a los brazos, sobre los hombros. 

Era ese sentido del humor que, a veces, manifestaba el Maestro de Maestros que, a algunos de sus discípulos, a dos o tres, les hacía dudar de su Misión Divina. ¡Algunos, consideraban que el Hijo de Dios, debía ser más serio! Como ello no pasaba inadvertido al Maestro Jesús, a menudo, hacía de ello materia de enseñanza: "El Amor divino es Alegría, ¿sabéis?... una danza infinita. Si no la vemos, si no entramos en ella con dicha, entonces sufrimos, amigos míos..." 

Es sorprendente ver como solamente en el mundo occidental cristiano se considera "incompatible" el hecho de llevar una vida de hombre plenamente encarnado y el cumplimiento de una misión de naturaleza divina.

Aunque, lo que aquí se dice va a sorprender a la mayoría de los que lean esto, muchos estudiosos (y la Iglesia de Roma) e investigadores saben que el Maestro Jesús de Nazaret se casó, en realidad, con María Magdalena. En el mismo Evangelio hay varios "datos" que lo atestiguan. Y, otros, más explícitos fueron, simplemente, suprimidos de los textos canónicos.

Se ha escrito mucho y discutido pero no vamos a entrar en polémicas sobre si el Maestro Jesús, el llamado Hijo de Dios, estuvo o no, casado con María, del pueblo de Magdala. ¡Porque, en realidad, sí lo estuvo! Hay varios textos antiquísimos e, incluso, algunos evangelios apócrifos que testimonian este hecho. 

¡La Jerarquía de la Iglesia Católica Apostólica de Roma, sabe muy bien, que Jesús de Nazaret estuvo casado con María Magdalena! ¿Por qué lo oculta? No vamos a entrar en disquisiciones para no apartarnos del tema que nos ocupa. Pero éste hecho, como es el matrimonio entre Jesús y María Magdalena, y que oculta la Jerarquía de la Iglesia de Roma, no hace más que evidenciar, una vez más, dónde se encuentra, en realidad, ¡el Anticristo! 

¡Una cosa es creer en Dios y, otra muy diferente, creer en aquellos que "dicen ser los representantes de Dios en la Tierra"!

Lo que viene a continuación es un pequeño fragmento de una historia real ocurrida hace 2.000 años, en Palestina. Está extraído de los Anales Akáshicos por alguien que tiene la facultad de poder acceder -y, se le permite o autoriza- a ellos. Él, es uno de "los dos olivos". 

El fragmento procede de unas conversaciones íntimas que mantuvieron las tres primeras y más cercanas discípulas de Jesús, María-Jacobea, María Salomé y María Magdalena, mucho tiempo después de que el Maestro Jesús fuera crucificado... 
Esto, que algunos leerán a continuación, solamente lo leerán aquellos/as que saben leer con el corazón...
Mario Z. G.


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―“El Amor está enfermo sobre esta Tierra... Tienes que saber esto antes que cualquier otra cosa: Si he venido a este mundo, es para restaurarlo. Sin embargo, no creas que sólo estoy aquí para restaurar el Amor entre la raza de los hombres y el Eterno. 

Estoy aquí también para sanarlo entre el hombre y la mujer. Esta es, en su plenitud, la razón esencial de nuestro matrimonio. No son Jeshua y Myriam los que se unen, pues tanto uno como otro no son más que máscaras. Es el Señor Todo Poderoso y Su Creación los que se disponen a mirarse a los ojos con el fin de renovar su Pacto en el Infinito.

Que por fin se diga que el hombre y la mujer ya no se dominan mutuamente sino que se reconocen como el Cielo y la Tierra, indispensables el uno para el otro, a imagen del Sin Nombre y de Su Creación...

Amada mía... hemos venido a escribir esta verdad con el fin de trazar en lo Invisible el Núcleo de la Reconciliación. ¿Puedes concebirlo?

En verdad, cuando nos casemos, mi Padre te enseñará a través de mí el Soplo que propulsa la carne hacia el Espíritu. Te enseñará la belleza y la grandeza de la Tierra en tí, así como en todas las mujeres, revelándote el arte de invitar y de acoger la respiración del Cielo. Es el Arte de entre las artes, la que diviniza porque pone fin a la Separación.



El Arte de Amar, Myriam, no solo se expresa en los Templos de piedra. Demasiado a menudo, lo anclamos en ellos a través de la salmodia sin alma de las Palabras que sin embargo son sagradas. Se ha dicho igualmente, que se practicará entre el hombre y la mujer en el Templo de su unión y que de esta manera los dos podrán elevarse.

He venido a recordarte, y a recordaros a todos en este mundo, que cada uno es a la vez templo y sacerdote, lapislázuli y arcilla. Yo no soy nada más que el Reconciliador, la escalera que se ofrece para unirlo todo.

Valora esta verdad... Si con estas palabras he aumentado tu miedo, todavía puedes decir no. La libertad es el sello con el que tu alma está marcada. Es a la Liberada a la que hablo, Myriam...”

Creo, amigas mías, no haber dicho ni sí ni no... No tenía importancia. Por toda respuesta, mi frente se apoyó con mayor fuerza contra su frente como si las arrugas nacientes de mi carne intentasen acoger las suyas entre sus líneas.

Me dije entonces que mientras tuviese fuerzas, Jeshua y yo no conoceríamos más que un solo camino.

Antes de dejar mi morada unos instantes más tarde, Jeshua me pidió que Le llevase allí donde yo tenía costumbre de cocer mis tortas de pan. Entonces le llevé a la parte trasera de la casa. Allí había un antiguo horno de barro seco. “Es este, Rabuni...”, dije.

En el hueco de mi horno quedaban un montón de cenizas de mis últimas cocciones. Las tendría que haber quitado hace tiempo. Tuve un poco de vergüenza... Antes de que tuviese tiempo de pronunciar la más mínima palabra, Jeshua hundió la mano mientras realizaba un pequeño movimiento circular con la misma. Entonces la sacó suavemente, sujetando con el borde de los dedos lo que parecía ser un pedazo de tela. Di una exclamación... pero Jeshua continuó su gesto y el pequeño pedazo de tela que había entrevisto emerger de la ceniza, resultó ser un gran velo blanco...

En cuanto Jeshua lo sacó totalmente del horno en un amplio y ligero movimiento, lo colocó sobre un de mis hombros. Seguidamente palpé el tejido... era el más bello lino que había visto nunca, finamente tejido y sin la menor mancha de tierra o de ceniza.

Estaba completamente atónita y no encontré las palabras suficientemente precisas. Balbuceé, di gracias con mil torpezas... Él, casi reía... Fue el primer prodigio que Le vi realizar. Fue su manera de subrayar la confirmación del pacto de nuestras almas.

Como os podéis imaginar, todavía tengo el velo. ¡Por supuesto está usado! Después de haberlo llevado tanto, lo guardo ahora con cuidado en el fondo de mis alforjas.

Cuando Jeshua se fue ese día, me di cuenta de que unos hombres le habían esperado tranquilamente durante todo ese tiempo a la sombra de los eucaliptos que crecían en el borde del camino, detrás del pequeño muro de mi jardín... Eran los mismos hombres que en Jerusalén, y también había algunas mujeres. Sentado en el suelo, Marcus, mi hijo, conversaba con ellos. Eso me gustó...

Me parecía que el orden del mundo cambiaba y que una armonía nueva se instalaba. 

Más adelante vino el día de nuestras bodas en Caná, en Galilea, allí donde nuestra familia poseía una propiedad antigua pero lo suficientemente grande para poder acoger a la mayor parte de los invitados.

Fueron unas bodas sencillas en las que cada invitado estaba en su justo lugar. Allí fue donde verdaderamente y por primera vez conocí a aquellos que ya no se separaron nunca de Jeshua. Sobre todo Eliazar que había insistido para dirigir el desarrollo de las festividades.

La ceremonia en sí se imprimió muy poco en mi memoria. La viví en una especie de bruma, cubierta de velos y de perlas pero incapaz de darme cuenta plenamente de lo que ocurría.

Cuando pienso en todos los días que ocuparon las bodas, guardo sobre todo en la memoria el torbellino de alegría en el que estuvieron envueltas. Este me sorprendió y desconcertó. Durante las semanas que precedieron, a menudo me había dicho que casarse con un rabí debía de ser muy diferente de casarse con otro hombre. Había imaginado una mayor austeridad. 

Era también lo que me habían dado a entender José (de Arimatea) y algunos miembros de nuestra Comunidad.

Pero conocéis al Maestro... La alegría ocupaba un lugar importante en lo que estaba decidido a enseñarnos. Fue en ese momento cuando comencé a darme cuenta, al igual que muchos otros, de hecho. Jeshua bailó y cantó con los invitados... Incluso bromeó.

En mi rincón, bajo mis velos, rápidamente vi que algunos se sentían mal por ello. Por supuesto, eran aquellos que ya Le habían encasillado en un papel que creían poder decidir en su lugar. El papel de un maestro entre otros muchos, el de un sabio en otros muchos, perfectamente acorde a lo que se dice que hay que ser en esos casos...

Esa fue la razón por la que en un momento dado se levantó. Tampoco se le habían escapado algunas conversaciones aisladas y las miradas contrariadas que algunos le dirigían. Me acuerdo de lo esencial de las palabras que pronunció entonces, pues modificaron el color de los festejos.



―“Amigos míos... En el país de las altas cimas (la India y las altas mesetas del Himalaya) en el que he vivido durante algunos años antes de regresar aquí, encontré un día a un anciano. Este me contó su historia... 

Desde su más tierna juventud había soñado con una cosa: convertirse en un sabio. Para ello, primero pensó que era absolutamente necesario que fuera erudito. Así que buscó los profesores más doctos, les escuchó, retuvo las lecciones y efectivamente se volvió muy erudito...

Pero viendo que su saber no bastaba para procurarle la sabiduría, buscó las mejores maneras de controlar su cuerpo, de rezar y de meditar. Para ello frecuentó a los maestros de mayor renombre y se impuso, según sus consejos, las disciplinas más duras hasta casi dejar de comer con el fin de que su voz fuese “más límpida y mejor percibida por el Eterno”. Además de ser erudito, se quedó muy delgado, hasta sentirse orgulloso de ello.

“Ya está... ahora me he convertido en un sabio” pensó entonces contando el número creciente de discípulos que se agrupaban alrededor suyo. Estos estaban fascinados por su ascetismo, por el rigor de sus palabras y... por sus cabellos que se habían vuelto blancos. 

Sin embargo, me contó que un día una gran tormenta estalló mientras enseñaba. Se levantó con el fin de conducir a su asistencia hacia un lugar resguardado pero, en un gesto torpe, se cayó en el barro destrozando su bella túnica. Se puso tan furioso que una blasfemia salió de su boca delante de todos sus discípulos, que estaban atónitos de ver a su modelo perder la compostura.

―“No es tan grave, maestro ―le dijeron algunos―. Nosotros lavaremos esa túnica e incluso te traeremos otra”.

Como el maestro no podía disimular su cólera y su vergüenza por no haber podido conservar la dignidad que le parecía indispensable, sus discípulos empezaron a verle de forma diferente y, uno tras otro, le dejaron. 

Me contó que cuando se encontró solo se puso a llorar. La vida le había colocado frente a sí mismo y lo que había tomado por sabiduría no era otra cosa que ilusión, puesto que una simple tormenta le había mostrado cómo era. La emprendió entonces con el Eterno, acusándole de su infortunio. Él, a quien le había dado todo, ¿por qué le había hecho eso?

Tres días después, el Eterno le envió Su respuesta bajo la forma de un joven con cabello largo y castaño que pasaba por allí.
―“¿Por qué lloras, anciano?” preguntó.

El anciano le confió su cruel desengaño en el crepúsculo de su vida.

―“¿Eso es todo? ―respondió el joven―. Déjame decirte... El remedio era sencillo. Si te hubieses reído de tu caída e incluso de no haber podido contener la blasfemia, tus discípulos estarían aquí todavía escuchándote, te habrían respetado aún más. Créeme, anciano, saber divertirse de mil cosas de la vida y de uno mismo es una cualidad divina. Sin ella, las otras no valen gran cosa. Tú mismo eres testigo; aquel que no ha hecho suyo el estandarte de la Alegría no puede controlar realmente nada en él.

Antes de ser todo lo que pensamos que es, el Eterno es Alegría. De la Alegría es de donde procede todo... porque ella es sencillez y espontaneidad. También es Amor en estado puro, sin cálculo ni frontera. La Alegría no es un saber, anciano, es la marca del Conocimiento, el signo de Lo que une al Señor de toda vida.

Llámala, déjala venir, descúbrela, haz todo por abandonarte a ella y encontrarás la sabiduría que tanto has buscado. La gravedad a la que los hombres como tú se aferran no es el carácter inicial del Divino; no es más que el reflejo de este mundo”.

Atónito, aquel que había querido ser sabio le preguntó:
―“¿Tú quién eres para hablarme así? Tu joven edad no te permite darme esta lección”.

―“¿Quién soy yo? Un joven con varios siglos de edad y que no cesa de divertirse y de reír al contacto con el Mundo celeste (1). En la Alegría reside la juventud eterna, en la Alegría toma raíces la sabiduría.

Nadie puede decidir conquistar la sabiduría, aunque fuese el más docto de los sacerdotes y jugase a ser un asceta. La sabiduría construye su nido en aquel que ha dejado un espacio en él, aquel que no interpreta ningún papel y no tiene ninguna otra pretensión que la de participar en la danza alegre de la Vida”.

Cuando hubo pronunciado esas palabras, el joven pasó entonces lentamente la mano sobre su rostro, revelando así, solo por un instante, el rostro descarnado y momificado de un cadáver. Cuando recuperó su apariencia original, simplemente añadió:

―“Has visto el aspecto que tendría si no hubiese invitado a la Alegría en mi cuerpo y si no la respirase en este mismo momento. No lo olvides. ¡Deshazte de los disfraces de la sabiduría y vive!”.

El joven siguió entonces su camino, dejando así al anciano con el más bello de los secretos... Si os he contado esta historia, amigos míos, ―prosiguió Jeshua cambiando de tono―, es porque yo también conocí a ese joven de largos y oscuros cabellos. He visto la Verdad que vivía en él. Me dejó tocarla y la sentí; ella me habló de mi Padre y desde entonces ya no me abandona, pues me ha mostrado la verdadera juventud de mi corazón.

Os lo afirmo... la Alegría es la juventud de las almas antiguas. Dejemos que se extienda allá donde queremos invitar al Divino”.

Como os he dicho, hermanas, los festejos adquirieron otro tono a partir de ese instante. Algunos dieron las gracias al Maestro por haber compartido su Conocimiento mientras que otros tomaron la lección en silencio. Todos, finalmente, quisieron elevar su copa en honor de la gracia que había descendido sobre nosotros a través de las palabras ofrecidas.



Poco después nos dimos cuenta de que iba a faltar vino. Jeshua enseguida dio instrucciones a Eliazar para que se llenasen con agua las vasijas que normalmente estaban reservadas para las abluciones.
Discretamente, lo oí y lo vi todo... Mi esposo ni siquiera tuvo necesidad de levantarse ni de tocar lo más mínimo la tierra de los recipientes que había designado.

Tan pronto como estos fueron llenados tal como había dicho, el vino más fresco y más dorado que exista fue vertido en todos los cántaros y copas que se servían.

Ví entonces a Meryem (María la Madre de Jesús) que sonreía con aire feliz a Eliazar, a mi padre José (de Arimatea), que intentaba contener las lágrimas y a Marcus, que seguía con la boca abierta. Él también había oído lo que se había dicho y lo que había pasado.

Os lo aseguro, en aquel momento los invitados no comprendieron lo que acababa de producirse. Hubo que esperar al día siguiente, cuando el vino parecía no agotarse nunca, para que todos diesen testimonio del prodigio de la víspera y de la Luz que manifestaba el Maestro. No sabría describiros el estado en el que estaba la misma noche de nuestras bodas cuando me encontré a solas con Él. 

Jeshua era oficialmente mi esposo y para mí, sobre todo, mi amado... Pero en verdad, más allá de la ley de los hombres y del corazón, ¿Quién era Él exactamente? ¡Me parecía que yo era tan pequeña, tan ignorante, tan orgullosa! Así que ¿por qué a mí? ¿Por qué me había elegido?

(1) Sin duda podemos reconocer aquí al Avatar Babaji quien, en el Himalaya (Shambhala), fue durante un tiempo el maestro de Jeshua (Jesús) 

"El testamento de las Tres Marías. Tres mujeres... Tres iniciaciones" - de Daniel Meurois

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