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23 abril 2017

Reflexiones desde "el otro lado". (Psicografiado por A. Lledó Flor)


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Partiendo de la ignorancia sobre el momento en que cada uno ha de regresar a la patria espiritual, así como de la incertidumbre que la vida misma presenta a cada momento, no es menos cierto que el espíritu encarnado presiente la cercanía del final. Pero hasta en esto nos equivocamos con frecuencia; este fue concretamente mi caso.

Una enfermedad crónica importante hizo su aparición en mi organismo a una edad madura pero tampoco muy próxima a la senectud. Esta circunstancia imprevista, en pleno proceso de trabajo y servicio espiritual, me hizo reflexionar profundamente sobre la utilidad de mi vida, las expectativas y la necesidad de seguir cumpliendo con mi deber, pues me recordaba a mi mismo todas las cosas que tenía todavía por hacer y creía no disponer del tiempo suficiente para realizarlas.

La angustia de no poder cumplir con mi compromiso espiritual, era directamente proporcional a las aflicciones que experimentaba como consecuencia de mi enfermedad. En algún momento mi mente dudó, creyendo que se acercaba mi final en la Tierra, y a pesar de que contaba con ayudas espirituales extraordinarias, que sin duda no merecía, el abatimiento y la depresión intentaron conquistar mi alma. Por suerte o por necesidad de progreso, mi momento todavía no había llegado, y así fue como recibí la ayuda de hermanos encarnados que, inspirados por sus guías, acudieron en mi auxilio proponiéndome una curación mediante cirugías espirituales. Con anterioridad ya había intentado la terapia médica que no ofreció resultado alguno.

Con el ánimo dispuesto y con toda la fe del mundo, me propuse aceptar la sugerencia y ponerme en manos de Dios para aquello que tuviera a bien depararme la experiencia. Me trasladé a otro país dónde me practicaron una cirugía espiritual que logró con éxito reducir y paralizar la evolución y desarrollo de las células enfermas que amenazaban mi vida.

Tal y como yo lo viví, ésta fue otra prueba para mí; no sólo de la misericordia divina, que me concedía una prórroga para seguir realizando el bien y alcanzando méritos de rescate espiritual, sino también de la fortaleza y supremacía del mundo espiritual sobre la materia. Pues, allá donde el diagnóstico médico era pesimista, negativo e irreversible; la intervención del mundo espiritual a través de la mediumnidad y de los cirujanos espirituales que me ayudaron triunfó plenamente, concediéndome un nuevo periodo de salud relativa que me permitía realizar mi trabajo en beneficio del prójimo sin demasiada incomodidad.

Con anterioridad a la experiencia de la cirugía, el momento grave y dramático del diagnóstico irreversible que amenazaba mi vida en un corto plazo, hizo que comenzara a prepararme para el tránsito hacia el plano espiritual. Mi pensamiento, se veía dominado por la angustia de la falta de tiempo para cumplir con mi compromiso espiritual mencionada anteriormente. Mi alma se sentía decepcionada por tener que regresar al mundo espiritual, sin casi nada que llevar en las manos para ofrecer como trabajo, servicio y reparación de los errores cometidos con anterioridad.

La recuperación de la salud mediante esta intervención mediúmnica, no sólo reforzó mis convicciones de una forma incuestionable para mi conciencia, sino que, al mismo tiempo despejó de forma permanente cualquier sombra de duda, abatimiento o depresión que viniera a perturbarme. Tal fue la seguridad y la fuerza que esta experiencia me proporcionó, que desde ese momento en adelante mi determinación redobló los esfuerzos, el trabajo apenas suponía para mí cansancio físico, nunca decaimiento psicológico ni abulia intelectual.

A partir de aquí, dejé de preocuparme por el tiempo, comprendiendo que, cuando llegara mi hora de partir, lo haría con aquello que hubiera realizado hasta ese momento, proponiéndome no preocuparme nunca más por ello; pues mi determinación de progreso y crecimiento espiritual trascendería al momento de mi muerte física y, una vez plenamente consciente de mis deberes y compromisos, estos seguiría realizándolos después de traspasar el umbral de la vida física, tal y como este trabajo que realizo ahora mismo, está certificando.

El espíritu nunca se cansa en su progreso y crecimiento hacia la plenitud; la energía que lo alimenta es la propia energía divina, pues estamos creados a imagen y semejanza de Dios, en cuanto a esencia espiritual y naturaleza inmortal. La materia es el reductor de la energía del espíritu; dónde este último se encuentra como en una cárcel, sin apenas poder manifestar todas sus potencialidades y capacidades.

Con posterioridad, algunos años transcurrieron, y volví a someterme a una nueva cirugía espiritual para continuar con mis expectativas de vida agotando todas las posibilidades a mi alcance. Pero, en esta segunda ocasión ya no sentía angustia ninguna, mi pensamiento y mi corazón fueron depositados con calma, serenidad, paz y fe en la voluntad divina, que me sustentaba de manera extraordinaria, aceptando de antemano, sin rebeldía y con abnegación, las consecuencias o circunstancias que la providencia tuviera a bien reservarme.

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Ésta fue una buena preparación para mi partida definitiva, que aconteció algunos años más tarde; donde mi trabajo era ya incansable, desafiando los límites de la resistencia física, del dolor de la enfermedad que avanzaba irreversible. Todo ello lo superaba con la seguridad y confianza de que tales aflicciones, servían notablemente en la depuración de mi alma, y por ello, agradecía a Dios diariamente no sólo por la misericordia de su amor y auxilio que me permitía seguir trabajando, sino por las aflicciones que me acontecían. Era un agradecimiento sincero, que brotaba de mi alma y de mi entendimiento, pues este último me hacía comprender que cuanto más sufría de forma inevitable, -pues lo contrario sería masoquismo y esto es contrario a la ley divina-, ese sufrimiento me ayudaba a regresar al mundo espiritual liberado de cargas mórbidas y deletéreas que mis actos errados del pasado habían sembrado en mi conciencia.

Esa liberación por la punición inevitable era aceptada por mí con abnegación; y unida al trabajo constante, al sacrificio al que los viajes me obligaban para colaborar con otros hermanos e instituciones en otras partes del mundo, al dictado de conferencias y participación en congresos, eventos, seminarios, etc. eran aspectos que contribuían en la divulgación de la doctrina en distintos países, y todo ello me daba fuerzas y constituía mi día a día en la última etapa de mi vida.

Cuando regresaba a la tranquilidad de mi apartamento, dedicaba mis esfuerzos a escribir, a traducir obras de otros compañeros, a pulir y terminar mis libros que, -aunque fueron pocos, eran para mí como los hijos que nunca tuve-, e inspirados por el mundo espiritual, representaban para mi alma un logro impensable para mí años atrás. Era la constatación evidente de mi crecimiento espiritual, de mi disposición noble, sincera y humilde par convertirme en un instrumento de los espíritus del bien al servicio de la obra del Maestro Jesús.

En todo este trasiego, recuerdo con especial cariño mis viajes a España; donde percepciones espirituales me retrotraían a existencias anteriores, afectos mutuos con hermanos a los que conocí y recuerdos del pasado que viví con nitidez y claridad. Quizás, el hecho de que alguno de mis antepasados y espíritus familiares queridos procedieran de allí; supuso para mí una fuente emocional que se reactivaba sobremanera cuando me reencontraba con algunos de mis hermanos de ideal o en algunos lugares que yo ya conocía de antemano, sin haber estado nunca allí.

Esta circunstancia, del recuerdo espontáneo de vidas anteriores, se repitió sólo en una ocasión con anterioridad en mi vida, con motivo de un viaje que, en compañía de otros hermanos de ideal realicé a Jerusalén y la antigua Palestina. Allí experimenté sensaciones indescriptibles desde el punto de vista espiritual que mi limitada percepción mediumnica me permitía. En aquellos momentos, albergaba la certeza de que la psicosfera que rodeaba el ambiente en aquella tierra, pudo haber sensibilizado mi alma de tal forma que me permitiera sentir momentos de felicidad interior y amor incondicional inenarrable.

Hoy también comprendo que, todos aquellos que experimentan en sus vidas el código de amor que predicó Jesús, pertenezcan a la religión que pertenezcan, o incluso aunque no crean en Jesucristo, -cuando viven el amor desinteresado que Él predicó y lo transmiten a sus semejantes- son lo suficientemente sensibles para captar el amor desinteresado e iluminar sus almas con percepciones sutiles que les llenan de felicidad y plenitud interior.

Así fui recorriendo mi última etapa en la vida física, preparándome para partir mediante el trabajo, el servicio desinteresado y la renuncia. Afrontando los sufrimientos inevitables con alegría y gratitud por poderlos experimentar, convencido de sus beneficios futuros para mi alma. Y, por fin, todo llegó a su debido tiempo, pero, de ello hablaremos en la próxima ocasión.

Benet de Canfield

Psicografiado por Antonio Lledó Flor

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