Las tormentas solares pueden producir cuantiosos daños en los sistemas de comunicaciones.
Una tormenta solar, una aurora visible desde el espacio y otra desde la
superficie terrestre. ESA/NASA
superficie terrestre. ESA/NASA
Uno de los más bellos fenómenos que se pueden ver en la naturaleza, sin ningún género de dudas, son las auroras boreales. Su origen está en el Sol. Cuando este entra en actividad produce tormentas solares que son como explosiones de partículas radioactivas equivalentes a decenas de millones de bombas de hidrógeno. Esta radiación electromagnética alcanza la Tierra en pocos minutos ya que viaja a la velocidad de la luz mientras que las partículas cargadas tardan algo más, entre 24 y 36 horas, pero ahí está nuestra atmósfera para frenarlas y protegernos de ellas, aunque no siempre.
En ocasiones muy excepcionales, cuando estas eyecciones de masa coronal son extremadamente potentes y están orientadas hacia nuestro planeta, pueden atravesar nuestro escudo protector produciendo cuantiosos daños en nuestros sistemas de comunicaciones. La tormenta solar más fuerte que se ha registrado hasta el momento fue el 28 de agosto de 1859 y se conoce como el evento Carrington (por el astrónomo que la documentó, llamado Richard Carrington). El pico más intenso de la actividad solar tuvo lugar entre los días 1 y 2 de septiembre y fue tan brutal que, en apenas 17 horas llegaron los efectos de estas tormentas solares a la tierra, destrozando la poco desarrollada red de telégrafos de la época en Europa y América del Norte, fundiendo el cableado y provocando numerosos incendios.
También produjo auroras boreales que convirtieron la noche en día en latitudes muy bajas como el sur del Caribe, Italia, islas Hawai e incluso en España. Si este evento hubiera ocurrido en nuestra época, los satélites hubieran dejado de funcionar, se hubieran interrumpido las emisiones de radio, dañado los GPS y los apagones eléctricos hubieran afectado a gran parte del planeta.
Las fulguraciones recientes más intensas que hemos registrado fueron en marzo de 1989, dejando fuera de funcionamiento durante más de nueve horas la planta hidroeléctrica de Quebec, en Canadá, y en 1994, cuando otra tormenta solar hizo caer dos satélites de comunicaciones, durante horas.
Fuente:/El País