A finales de octubre, la Tierra será testigo de un acontecimiento que podría convertirse en uno de los más importantes de la astronomía moderna. Dentro de 19 días, el objeto 3I ATLAS alcanzará su distancia mínima al Sol, a unos 203 millones de kilómetros. Para la ciencia, no se trata simplemente de otra observación de un cometa, sino de la comprobación de hipótesis que podrían cambiar nuestra comprensión del origen de los cuerpos interestelares.
Ahora, todo el mundo científico espera la respuesta a una pregunta: ¿qué sucederá cuando 3I ATLAS pase por el punto de perihelio? Si el objeto se comporta como una cometa normal, comenzará a desintegrarse: el hielo y el polvo se evaporarán bajo el calor solar, dejando un rastro de fragmentos. Pero si no es así, si conserva su forma, cambia de rumbo o comienza a emitir señales, será un acontecimiento sin precedentes.
El profesor de la Universidad de Harvard Avi Loeb admitió que es precisamente esta incertidumbre la que preocupa a muchos astrónomos. No afirma que se trate de algo artificial, pero califica al 3I ATLAS como «una prueba para la humanidad», es decir, la capacidad de observar los hechos sin prejuicios. Según él, cuando el objeto se acerque al Sol, seremos testigos de la desaparición de un cometa inusual o descubriremos que en el universo existen procesos que trascienden las leyes habituales de la naturaleza.
Por ahora, las observaciones son contradictorias. La Agencia Espacial Europea (ESA) informa de que las naves orbitales marcianas Mars Express y ExoMars TGO registran señales extrañas, que no se parecen ni al reflejo de la luz de fragmentos sólidos ni al silencio radioeléctrico típico de los cuerpos helados. El espectro es inestable: a veces se observa un pico de radiación, seguido de silencio. Los científicos no descartan que sea el resultado de la interacción del viento solar con una nube de gas expulsada por el propio objeto, pero por ahora no hay una explicación precisa.
Si 3I ATLAS es un cuerpo natural, estos fenómenos pueden considerarse como signos previos a la muerte de la actividad de un cometa: grietas, emisiones, evaporación de hielo. Entonces nos espera el espectáculo de la desintegración, el último aliento de un viajero interestelar que salió de su sistema hace millones de años. Pero si parte de los cambios observados resultan ser demasiado regulares, esto podría significar algo completamente diferente.
Algunos investigadores discuten con cautela la hipótesis de que la posible desintegración podría ser un proceso controlado, una especie de «división» en fragmentos más pequeños, como si el objeto principal «rociara» a su alrededor minisondas. Suena fantástico, pero es precisamente esta analogía la que ofrece el profesor Loeb al hablar del escenario de la «propagación de semillas espaciales», una forma hipotética de exploración interestelar en la que una civilización envía aparatos autorreproducibles a otros sistemas.
Por el momento, ninguna agencia confirma estas versiones. La NASA, la ESA y otros centros científicos mantienen una postura cautelosa: oficialmente, 3I ATLAS sigue siendo un cometa interestelar, aunque inusualmente activo. Pero las dudas crecen. La velocidad del objeto es de unos 245 000 km/h, su órbita es hiperbólica, con una excentricidad superior a 6, y su inclinación con respecto a la eclíptica es de solo 5 grados, lo que coincide prácticamente con la trayectoria de la mayoría de los planetas. La probabilidad de tal coincidencia para un cuerpo aleatorio es inferior al 0,2 %.
A esto hay que añadir las misteriosas fluctuaciones de brillo cada cuatro horas, la ausencia de reacción a las potentes emisiones de gas, el resplandor verde registrado por varios observatorios independientes y la decisión de la ESA de mantener en secreto los datos espectroscópicos sobre 3I ATLAS hasta 2099. Todo esto crea la sensación de que estamos observando algo para lo que la ciencia aún no está preparada.
Mientras tanto, el proyecto Galileo, fundado por Loeb en Harvard, lleva varios meses analizando los datos procedentes de telescopios terrestres. El equipo utiliza sus propios algoritmos, capaces de distinguir las señales naturales de las potencialmente tecnológicas. El objetivo es sencillo: no demostrar que se trata de una «nave», sino comprobar si algo en el comportamiento de 3I ATLAS puede indicar patrones que no son propios de las cometas.
Después del 29 de octubre, el objeto entrará en una nueva fase de observación. No solo lo observarán los observatorios terrestres, sino también las naves espaciales, desde la europea JUICE, situada cerca de Júpiter, hasta los telescopios estadounidenses Swift y James Webb. Varios institutos están preparando una sesión conjunta de observación para medir de forma sincronizada la luz reflejada e intentar determinar la estructura de la superficie.
Los científicos esperan que, durante el paso por el perihelio, el brillo del objeto aumente varias veces, pero nadie sabe qué pasará después. Hay tres escenarios posibles: destrucción total por el calor, desintegración parcial con formación de fragmentos o, por el contrario, estabilidad inesperada. La última opción es la más misteriosa: si el objeto resiste el acercamiento al Sol sin sufrir daños, esto pondrá en duda todos los modelos existentes sobre su composición.
Avi Loeb señaló en sus últimos comentarios que, independientemente del resultado, estamos siendo testigos de un experimento único de la naturaleza: «la primera visión realmente cercana de algo que ha venido de más allá de las estrellas».
Algunos astrofísicos, por el contrario, piden no dramatizar. Recuerdan que expectativas similares ya acompañaron a 1I ʻOumuamua y 2I Borisov: entonces también se habló de una posible tecnología, pero al final todo se redujo a efectos naturales inusuales. Probablemente, 3I ATLAS pronto resultará ser simplemente un fenómeno raro, pero explicable.
Sin embargo, en este caso, lo extraño sigue siendo otra cosa: el silencio de las agencias. Durante todo el tiempo de observación, no se ha publicado ni un solo espectro completo, y la ESA ha reconocido oficialmente que parte de los archivos permanecerán cerrados durante décadas. La explicación oficial es la protección de los archivos en el marco del protocolo de almacenamiento a largo plazo. Pero un plazo de 74 años parece excesivo incluso para instituciones conservadoras.
Los escépticos ven en ello una señal de cautela, mientras que los partidarios de las versiones alternativas lo interpretan como un indicio de un descubrimiento para el que la sociedad aún no está preparada. Sin embargo, ambas partes coinciden en una cosa: el 3I ATLAS supone un desafío para nuestra comprensión del espacio.
En unos 19 días se sabrá cómo terminará esta historia. Quizás el objeto realmente se desintegre, como millones de cometas antes que él. O quizás, por el contrario, muestre una actividad que no pueda explicarse mediante la termodinámica y la gravedad.
Sea como fuere, este momento ya ha pasado a la historia. No estamos observando simplemente otro cuerpo celeste, sino la frontera viva entre lo conocido y lo incomprensible, la línea tras la cual la ciencia y la imaginación intercambian temporalmente sus lugares.