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16 junio 2018

EL ATENTADO TERRORISTA SUICIDA DE AMIR. DESDE EL "MÁS ALLÁ" OFRECE UN MENSAJE A LA HUMANIDAD.


“LOS CONFLICTOS ENTRE LOS PUEBLOS SON 
UN REFLEJO DE NUESTRO PROPIO CONFLICTO 
INTERIOR Y DE NUESTRO MIEDO”
Jack Kornfield.


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Hay días en los que el sol brilla y en los que el cielo está sereno. Esos días tenemos   la   profunda   convicción   de   que   somos dueños   de   nuestra   vida   y   nuestro Destino. 

¡En esos días todo va bien! Y, después,  están las  “horas sombrías”,  en  las  que nada  va bien,   en las  que estamos sumergidos en tales olas exteriores e interiores de malestar que somos como los   ahogados con   prórroga.   Horas   en   que, hagamos   lo   que   hagamos, tenemos   la convicción íntima de que no dirigimos nada. En esos momentos estamos persuadidos de que la Vida nos juega malas pasadas y en que el escenario no ha sido escrito para nosotros....   

Entonces,     no   tenemos   más   que   una   idea   en   la   cabeza: huir   de   la desgracia que nos persigue, huir como un fugitivo que quiere escapar de su condición de   prisionero,   huir   de   la Tierra,   huir   de   la   Vida...   pero,   en   nuestra desesperación, hemos perdido de vista que la Vida contiene en ella la Esencia misma de la Existencia, y que Jamás se acaba. Hoy en este libro, no es de los días dichosos sino de esas “horas sombrías” de las que querría hablaros y sobre todo de todos aquellos que, después de su paso por la Tierra, que han vivido como una desesperación sin fin, han querido dar testimonio,de su vida, de su después de la vida, y a veces de sus nuevas vidas.

Estos testimonios son preciosos pues nos conciernen a todos, estemos contra el suicidio, a favor o no tengamos opinión sobre este tema, que tengamos tendencias suicidas o simplemente deseemos comprender, todos estamos implicados. De cerca o de lejos, ¿quién no ha conocido esos momentos tan desesperantes que ha soñado con dejar la Tierra, quién no ha conocido a una persona próxima que ha querido suicidarse o lo ha hecho? 

Mi forma de entrar en contacto con esos Seres (en la dimensión astral, otros dirían en el "más allá") que han aceptado participar en este libro es siempre la misma: Cuando   el   tema del libro   me fue   dado   por   el   Ser   de   Luz   que   aconseja mi “trabajo”, él conocía ya a las personas susceptibles de encontrarme en los 'planos del alma'.   Es   así   como   todos   esos seres,   que encontraréis   al   hilo   de   la   lectura,   han compartido su experiencia con mucho Amor, pues no es fácil contar los pasajes más dolorosos de la existencia, rememorarlos, sin tener mucho Amor que ofrecer.
Anne Givaudan

Esta, que viene a continuación, es la historia real de uno de esos seres que se suicidaron cometiendo un atentado terrorista, en este caso, por motivos político-religiosos....


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Amir: el atentado suicida.

Un   Ser   de   Luz   está,   esta   vez,   a   mi   lado,   no   veo   su cara,   simplemente   el contorno   de   una   silueta   luminosa.   Me asombro,   pues   hasta   ahora,   estaba directamente en contacto con los seres (suicidas) que testimoniaban su experiencia. ¿Por qué este cambio? Perdida en mis preguntas, oigo la calurosa voz de mi guía del momento: “Lo que vas a ver y oír ahora pertenece al dominio de la fe política y religiosa. No podrás entrar en contacto directo con el actor de esta nueva historia. Está en su mundo y tu no existes en ese mundo que es el suyo”. Miro a mi alrededor, a fin de encontrar referencias que puedan darme alguna indicación..., sin éxito. ¿Cuál es ese mundo al que no tengo acceso? 

A algunos metros de mí adivino, al fin, la silueta de un hombre. Esta sentado sobre vastos cojines de colores de tierra ocres y de arena mezclados de hilos de seda, rojos y anaranjados. No me ve, no percibe nada de mi presencia, soy invisible a sus ojos. Fuma un largo narguile mientras que mesas con golosinas: pasteles endulzados con miel y loukums acompañados de dátiles y de higos secos, así como cestas de fruta fresca, están hábilmente dispuestas a su alrededor. 

El   conjunto   del   lugar   parece   más   una   tienda   de   campaña ricamente amueblada que un palacio. La voz de mi guía resuena una vez más en el centro de mi ser: 

“Son los deseos de este hombre, los que crean su decorado del momento. Como   para   cada   uno de   nosotros   y   según   sus creencias,   los   primeros tiempos de después   de   la   vida corresponden   a   nuestras expectativas..., hasta   que   el decorado parezca demasiado ficticio y tengamos necesidad de ir más allá. En ese momento es en el  que  nos unimos al  plano   que  corresponde a  nuestra alma y no  a  los  deseos terrestres”.

Pero, yo seguía preguntándome: "Yo creía que para los que se suicidaban era distinto. ¡Así ha sido hasta ahora! Todos y cada uno de mis interlocutores han ido a parar a un plano intermedio en espera de una reencarnación rápida y ninguno de esos planos correspondía a sus deseos".

"Se trata de una historia de suicidio político-religioso si se puede decir así. Mira y escucha. Todo te parecerá más claro a continuación”, dice mi guía.

Tengo   confianza   en   mi   guía -del   que   no   percibo   sus rasgos-,  y   vuelvo   mi atención   en   dirección   al   hombre,   más atenta   a   su   persona.   Más   bien, pequeño, enfundado en los vastos cojines del diván, desaparecería casi bajo la abundancia de telas si no fuese por la visión de un musculoso brazo que regularmente se extiende para sacar de una de las copas desbordantes de apetitosos pastelillos. Un gran reloj, probablemente de oro blanco y amarillo, adorna su muñeca, símbolo de riqueza... o cuestión de gusto. 

El  hombre  se  vuelve  de lado, con  lentitud, visible reflejo de  su estado de bienestar lo que me permite al fin percibir su cara de tez mate. Encuadrada por una barba fina   y   pelo   negro,   ondulado que   desciende   hasta   el   cuello   de   su   larga   vestidura de seda. Emana una sensación de solidez de esta persona, para la que no existo. 

Me aproximo, sin temor, como protegida por un anillo mágico de invisibilidad. Mujeres, las   unas   más   bellas   que   las   otras,   le llevan   ahora   manjares más consistentes mientras que otras bailan para él. 

Enseguida pienso en las 72 vírgenes prometidas al que va al paraíso de los musulmanes. Me pregunto cuento tiempo puede durar tal decorado y si los personajes van a esfumarse también en el espacio de aquí a unos instantes.

“Ese   mundo   no   es   el   que   promete   la   religión   de   ese hombre,   sale   de   su imaginación pero como todo producto de la imaginación, tiene su parte de realidad. El hombre que ves, está en un   plano   intermedio, donde   sus   sueños   se   realizan   desde el momento en que él cree que son posibles. Sin embargo sólo puede recrear lo que ya conoce o lo que se corresponde con lo que le han enseñado. Es su “paraíso”. Acaba  de  morir  en  un  atentado suicida,  persuadido  de  que  el  acto  que  ha cometido no podía ser de otra manera. Cree ser un héroe o un mártir, igual que otros también lo creyeron. Tenía un cinturón de explosivos alrededor suyo y sabía que no   sobreviviría.   Cuando   subió   al   autobús que   tomaba   regularmente   desde   hace   un año, nadie le ha prestado atención. Ha rezado y dado su vida para que la vida de los que ama cambie y que sean respetados y considerados.


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Los cristianos que partían a las cruzadas o que se sacrificaban para imponer su religión a poblaciones indígenas e impías a sus ojos han hecho lo mismo antiguamente. 

¿Cuantas muertes y sacrificios han sido perpetrados a causa de la religión enseñada por los hombres? Los creyentes persuadidos de tener razón y de estar en posesión de la verdad son presas fáciles para los manipuladores cualquiera que sea su religión.

Ponte por un instante en el lugar de ese hombre. No es una persona inculta, al contrario, ha estudiado mucho y conoce los países donde los únicos templos que aún subsisten son los del consumo.

Tenía treinta   años   y   dos   niños,   un   trabajo   que   le   permitía vivir confortablemente   y   padres   que   no   eran   religiosos extremistas. Nada   en   él   dejaba suponer que pusiese bombas, que fuese el terrorista dispuesto a quitar vidas y a dar la suya por una causa que creía justa. 

“¡Mira!”

El  Ser de Luz extiende la mano y enseguida, la habitación en la que   nos encontramos, se transforma en un lugar que conozco bien: 'la sala de memorias'. Los muros se estremecen y poco a poco desaparecen para dejar  que nos envuelva una escena mientras la bruma que nos rodeaba desde hacía poco, se disipa con lentitud. Un pequeño pueblo toma forma con sus callejuelas de tierra ocre, su polvo y sus casas con tejados planos sobre los que se elevan los símbolos de la civilización bajo la forma de antenas simples o parabólicas y de hierros que apuntan al cielo. Personas   en   el umbral   de   las   puertas,   a   menudo hombres..., fuman   largos narguiles   o   bebiendo   te,   están sentados   sobre   sillas   de plástico   rojas   o   blancas, dispuestas alrededor de una mesa baja, en cuero ennegrecido en algunas partes. 

Discuten con vehemencia. Hablan de los “otros”, aquellos que quieren coger su tierra, su vida y su dignidad. Un mujer, en una de las casas de la calle principal, riñe a un niño que lleva en sus faldas. Suspira y cogiendo al pequeño en sus brazos, continua una discusión, sin duda comenzada mucho antes con un interlocutor invisible a mis ojos:  “No   seríamos   tan   pobres   si   tuviésemos nuestras tierras y fuésemos considerados como los habitantes de este país. “Ellos” quieren que nos vayamos pero estamos en nuestra casa tanto o incluso que más que ellos. Son “ellos” los que deben irse...” 

Una voz masculina que parece rota por la edad le responde desde otra habitación: “Es   justo   lo   que   tu   dices,   hemos   perdido nuestro   honor   y   estamos considerados   como   parásitos.   Es una   vergüenza. Nuestra   tierra   es   pisoteada,   se mofan de nuestra religión y “quieren” echarnos. No pasará así. Nos batiremos hasta la muerte”. El pequeño es depositado en tierra sin miramientos y corre enseguida hacia la puerta para reunirse con los otros niños que juegan en la calle bajo el sol del fin del medio día. 

Mi guía comenta: “Ese pequeño es Amir, la mujer que acabas de ver lo cuida mientras sus padres   trabajan.   Los   dos   tienen   una situación   que   le   permitirá  estudiar   en   América más tarde. Sin embargo, asiste todos los días a esos mismos discursos, que se gravan en él de forma indeleble. Un día, oyó decir que los niños habían cogido juguetes que un avión había lanzado y que estaban todos muertos. Después de eso tuvo pesadillas. 

Más tarde, supo que los aviones lanzaban voluntariamente juguetes trampa y una profunda cólera, muy parecida al odio, se deslizó en él.Un día, es esta parte de memoria olvidada que se despertó y le dio el impulso para actuar”. 

La escena que ahora se desvela es más reciente:
El pequeño ha crecido, ahora es papá de dos guapos niños, un niño y una niña   de   tres   y   cinco   años   respectivamente   pero   su frente   esta   marcada   por   dos gran des arrugas horizontales. Su mujer también ha estudiado pero dada la edad de los niños, permanece en casa. 

El hombre, a veces acompañado de su familia, hace frecuentes viajes entre su país de origen y el país donde vive actualmente. Distendido y atento al bienestar de cada uno pero desde hace poco, algo ha cambiado en él. En el mundo, la actualidad se   revela  cada día   más   desesperante,   y   como un lazo   de   causa   y   efecto, en   su trabajo, la comunicación se hace más difícil con su colegas. Siempre es apreciado por sus capacidades  pero  siente  un malestar y  cree,   quizá  con razón, que   los  “otros”  le reprochan   ser   de la raza  de   la   religión   de los   “perturbadores”   actuales.   

A pesar de que nadie habla abiertamente de ello, Amir se siente cada vez más rechazado sin darse cuenta un solo instante que es su vieja herida de niño que sale a la superficie. Ignora que en su interior ruge una revuelta, la de un pequeño que durante su infancia asistía impotente a las quejas de los adultos y a espectáculos envilecedores. 

Capta y escucha más y más las informaciones en una radio de su país de origen.   Después   de   algunos   meses,   despiertan   en   él una   vieja   memoria, el del abusado, la de la víctima, la del burlado. Esta ahí, pero cada día está menos presente en lo que es su trabajo o su familia.   Su   aire   preocupado   y   distraído   atrae   la atención   de   su   mujer   que   intenta comprender pero, Amir verdaderamente no tiene respuesta que darle. 

Después   de   algunos meses,   por   la   noche,   va   cada   vez más a   reuniones secretas donde encuentra hombres que, como él, están sublevados por lo que pasa en su país y en su tierra. Ahora, cuando vuelve a su país, otros hombres, corresponsales de   los   primeros, lo   acogen mientras  que,   de   una   parte  y  otra,   los   miembros de   su familia   se   hacen   preguntas   y   se   inquietan.   

Amir   ha cambiado,   cada   vez   está   más sombrío y silencioso y a veces muy irascible. Ni sus hijos consiguen hacerle salir del mundo en el que parece encerrarse cada día un poco más. Amir admira en secreto a esos hombres con los que se encuentra cada vez más a menudo y a los que querría parecerse. Su verdadera familia esta allí, piensa, convencido de que nadie a parte de ellos puede comprenderle. Esos hombres no quieren la felicidad para ellos mismos. Algunos, como Amir, podrían contentarse con lo que la vida les ofrece, sin tener de que quejarse. Es otra cosa   lo   que   les motiva   e   impulsa   a   actuar.   

Se   sienten   como   animales acosados   y acorralados en sus últimos reductos. Miran a los suyos, aplastados, pisoteados y ya no pueden aceptar que nadie en el plano internacional, reaccione a la injusticia que reina y que toca a los cimientos mismos de su vida. 

Amir ama su entusiasmo y esta fe que les llena, sin darse cuenta que cuanto más frecuenta a los hábiles oradores del grupo más aumenta su determinación...

Todos están motivados por el valor de deshacer una situación que les parece insoportable. Que   otros   pierdan   la   vida   no   es   un problema   para   ellos.   La   apuesta   es demasiado importante para pararse por algunos muertos. La mayoría han perdido ya tantas personas amadas que la muerte no tiene ya importancia, y el odio los llena.

Tendrán el cielo por recompensa y estarán en la gracias del Profeta. Se comparan a valerosos guerreros que parten a la guerra para liberar su país. Están dispuestos a dar su vida por una causa, como se da la vida por los que se ama. Esa   mañana,   Amir   esta preparado   como   de   costumbre,   para   salir.   Sin embargo,   ha puesto   más   cuidado   en   su   aseo   y   después   de   una   última mirada   al espejo,   se   encuentra   guapo.   Le   gusta   esta imagen suya   de   samurai   de   tiempos modernos... 

En el umbral de la puerta, simplemente ha abrazado un poco más fuerte, un poco más tiempo a sus hijos. Un   instante,   entrevió   la mirada   de   su   hijo   en   la   que   creyó   percibir   una conmovedora pregunta: “¿Qué vamos a hacer sin ti, papá?” Rechazó lo que tomó por un espejismo y dejó al niño. 

Tenía una cita a la que no podía faltar y nadie se lo impediría. Ignoraba que, en ese mismo momento,  en  otros  lugares de  la ciudad,  otros  seres  que  no  para él  no existían, iban a la misma cita, movidos por los hilos invisibles del destino, conducidos por la “no casualidad” que crea las sincronicidades. 

Sarah, ese día esperaba a sus hijos. Debía ir a la ciudad para  las últimas compras para la preparación de su plato preferido: curiosamente y  contrariamente a la costumbre, su coche no quiso arrancar. Era un viejo modelo, cierto, pero que le daba inestimables servicios. Decidió sin alegría, coger el autobús, su cesta en la mano. La línea era directa y ciertamente encontraría conocidos con los que hablar. Estaba tan contenta de volver a ver a su hijo, su nuera y sus dos nietos que tenía necesidad de compartir esa felicidad. 

En cuanto a Mohammed,   había   decidido   esa   mañana   llevar de   paseo   a   los   tres   niños.Tenía un trabajo irregular y ese miércoles nadie le había llamado. Su mujer, en cinta del   cuarto hijo   estaba   fatigada   y   él   había   pensado   llevar   a   los niños a   la   pequeña ciudad en el autobús. 

David,   un   joven   colegial   de   quince   años   se   había   citado con   Samia   en   el autobús. Tenía previsto llevarla al cine pero en realidad le importaba poco el sitio, lo esencial era estar con ella, prolongar su mirada en la suya y sentir su cabeza sobre su hombro. Estaba muy enamorado. Sus diferentes religiones no asustaban más que a sus padres, así intentaban verse fuera lo más posible. 

Macha estaba en cinta y debía hacerse una nueva ecografía. Tenía cita esa mañana y había  decidido   coger  el autobús  a fin de  evitar  los  nervios de  buscar  un lugar para el coche en el centro de la ciudad. Estaba tan dichosa esperando ese niño. Era el primero y todo el mundo estaba atento a su bienestar. Era la primera vez que se sentía tan importante. 

Cuando Amir subió al autobús abarrotado,  con el corazón lleno de odio, le pareció que el tiempo acababa de detenerse, inmovilizado en un espacio-tiempo que le pareció durar más de lo que hubiera querido. En esa “parada de imagen”, vio a la mujer encinta a la que había empujado un poco, paralizado en la sonrisa que ella le dirigía. 


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Un poco más atrás, una pareja muy joven se miraba fijamente con una mirada tierna y amorosa, también tuvo tiempo de ver a ese padre y sus tres hijos, el más pequeño acurrucado, dormido confiado en sus rodillas. A su lado, un ama de casa y sus cestos dispuestos para ser llenados de comestibles contaba riendo sus últimas aventuras a su atenta vecina. En esta escena fija en la que nadie se movía, reconoció de golpe al Amor y a la Vida. No había   nada   más,   Amir   no   veía   otra   cosa.   Los personajes   y   el decorado se animaron de nuevo y Amir supo que era demasiado tarde. Ya no controlaba nada.

Ese día, todos tenían una cita con la muerte.

Cuando la explosión tuvo lugar, las sirenas de la ambulancias y de la policía emitieron sus lamentos anunciadoras de la muerte mientras que los gritos y los lloros se elevaban   de   la   multitud ahora   aglomerada   alrededor   de   un   espectáculo espantoso. Cuerpos despedazados nadaban en sangre, en medio de pedazos de hierros torcidos y   cortantes.   Los   gemidos   hacían   pensar   en posibles   supervivientes   y   mientras   que acudía el socorro, una mujer buscaba sin oír y sin ver lo que pasaba a su alrededor. Su alarido heló por un instante a la multitud... Acabada de descubrir a su marido y al más pequeño de sus hijos, o al menos lo que quedaba de ellos. Se quedó allí de rodillas, insensible a lo que podía pasar a su alrededor, como rezando. Cuando los hombres de la   ambulancia   quisieron   llevarla,   se   dejó   hacer   sin resistencia,   la   vida   no   tenía   ya sentido para ella y poco importaba lo que podía ocurrirle. 

Otros gritos, otros llantos se sucedieron,   desgarrando   la multitud, mientras   que   un   poco   más   alto,   almas aterrorizadas   y   en estado de shock miraban, espectadoras impotentes, sus   cuerpos desgarrados por la explosión. 

Asistían sin comprender al pánico generado por el atentado... y poco a poco comprendieron que eran ellas mismas, o al menos lo que quedaba de sus cuerpos, de lo que se trataba.   Supieron   que su recorrido en la Tierra acababa allí mismo y las almas menos desorientadas de entre ellas trataban de tranquilizar a las otras. 

No sabían como ayudar a las que, un poco más abajo gritaban su dolor... No querían dejarles, sin embargo una luz dulce y tranquilizante las envolvía, poco a poco, mientras que el horroroso espectáculo desparecía bajo sus ojos. 

Entonces   cada   una   de   ellas   emprendió   el   vuelo   para afrontar   su   historia personal, aquella que nadie puede escribir por nosotros. Mientras, Amir esperaba con todas sus fuerzas acceder al paraíso prometido a las almas valerosas.

¡"Yo  también  lo creía  así!  Creía  que  mi acto  iba  a  cambiar un mundo  que  no me gustaba y que me convertiría en un héroe"!, dijo Amir. 

Unas últimas palabras de mi guía sin rostro me reclamaron: “Mírame ahora, y observa”. 
Accedí   a   su  petición:   mientras   que   la   silueta luminosa, como   una   llama,   ondulaba,   se   torcía   y   se   transformaba ante   mis   ojos incrédulos, hasta formar el cuerpo fino y esbelto de un monje budista con ropa azafrán. 
Un vértigo casi nauseabundo, me llenó y fui violentamente proyectada sobre la plaza   de  una   ciudad   asiática   que  llenó entonces  todo   mi  espacio.   La  luz   y  el  calor húmedo de un verano tropical me oprimían sin que pudiese adivinar la causa. Como guiada   por   un   sentido   más   sutil,   simplemente   sabía que   de   aquí   a   poco   los trabajadores iban a dejar sus despachos y sus oficinas para atravesar esta plaza.

La   muchedumbre   se   apresuraba   ahora   silenciosa,   alrededor de   algo   o alguien que yo no veía aún, pero que intuitivamente temía percibir. Me aproximé como llevada por una mano invisible que me llevaba. 
Lo que vi me paralizó instantáneamente:
En medio de la plaza, bajo la mirada silenciosa de la multitud, un monje se rocía de gasolina y se prende fuego, mientras que su cuerpo se abrasa sin que haya pronunciado la más mínima palabra, hecho el gesto más pequeño, ni emitido la más mínima queja. El cuerpo se retuerce y se consume en las llamas, ante los espectadores que   siempre   más   numerosos   se   apiñaban, aterrados   y   estupefactos   por   semejante espectáculo.

Tuve la terrible sensación de que el tiempo no se detendría jamás mientras que, el cuerpo ennegrecido se desploma al fin y la escena se borra. 
Mi guía está cerca de mí...
“También en mi, rugía la revolución. Asesinaban a mi pueblo, se burlaban de nuestras creencias y nadie de la comunidad internacional decía nada. Creí que era un héroe y que podría dar ejemplo o hacer que se movieran los que nos gobernaban, sin pensar ni por un instante, que esa voluntad de modificar los acontecimientos al precio de un crimen no era más que el engaño de mi Ego. 

Mis maestros me habían enseñado que el cuerpo no era más que una ilusión, y no había retenido más que eso. Estaba dispuesto a sacrificar esta “ilusión” para que otros se despertasen. Era mi regalo al mundo y a los humanos. Un regalo para la paz, para que pudiésemos practicar nuestra religión sin ser torturados o encarcelados por ello. 


En realidad, acababa de cometer un crimen y destruido el vehículo que se me había prestado para que accediese a la paz interior. Las enseñanzas   que   habían   acunado   mi   vida   de   monaguillo   y después   de monje, así lo decían y no podía ignorarlas. 


Simplemente, pensaba que ofrecía lo que tenía de mejor en mí por una causa que creía justa, sin darme cuenta de que había hecho de mi cuerpo un objeto de regateo, una vulgar moneda de cambio. 


En los   planos   de mi   alma,   me   di   cuenta   mucho   más  tarde de   la   falta   de respeto a mi vida, al mismo tiempo que comprendí que les había seguido el juego a los que alimentan la dualidad y la violencia en la Tierra. 


Después de haber atravesado los mundos infernales vinculados a mis creencias, pude ver que nada había cambiado con mi acto, al contrario, después de mi muerte la violencia reinó con mayor fuerza aún. 


Existen   seres   poderosos   que   tiran   de   los   hilos   de   nuestros Egos   y   de nuestras carencias, que juegan con nuestras heridas... Tienen la impunidad, no luchan, jamás están en la contienda ni en los conflictos. Son hábiles y utilizan nuestra sed de ideales y nuestras necesidades no reconocidas para conseguir sus fines.


Los   periódicos hablaron   de   mí   y   de   mi   acto.   Hubo más revueltas y manifestaciones de indignación pero no era eso lo que buscaba. En cuanto al resto, no lo habría conseguido, pues habían demasiados intereses en juego. 

Entonces vi que en otras vidas, en otros tiempos, y bajo otras formas diferentes, yo había recorrido caminos parecidos. Había sido un valeroso y respetado samurai, y también ahí   me   había suicidado, según nuestras costumbres, para escapar a la vergüenza de la esclavitud y la derrota de una orden que defendía con pasión. 


Sólo después de mi muerte por el fuego, comencé a comprender que suicidarse no era la solución para resolver lo que fuese, y a aceptar que mi orgullo había tenido una activa participación en esas muertes programadas. 


Siempre   ha   habido   guerras   y   masacres por   una   u   otra causa   pero en el fondo, nada ha cambiado. La pelota está en un campo y después en el otro. Somos unas veces ganadores y otras los perdedores pero, ¿de qué exactamente? La paz, la igualdad, el respeto y el amor, a los que aspiramos todos, están bien lejos de todas las consideraciones de los que aprietan el detonador de nuestros ideales y de nuestras preocupaciones. 


Para ellos, no es cuestión de poder o de dinero. Todo eso, ya lo tienen. Actúan por otra fuerza que ignoran y de la que ellos mismos son unos títeres. 


Se creen iguales al Creador y nosotros somos sus criaturas. 


Cuando mi alma y mi espíritu se abrieron, acepté encarnarme una vez más. Esta vez, morí en un incendio que no había provocado pero tenía el corazón puro y sabía   que   mi   misión,   en aquel momento, era   simplemente   la   de   estar   en   la   Tierra, sin más. “Estar Presente”, es lo que al fin había conseguido cumplir después de tantas y tanta vidas.


Amir tardará en comprender lo que para él fue un acto de heroísmo. No porque su intelecto se lo impida sino porque está alimentado  y sometido a un poderoso egregor, formado por todos los deseos de venganza de los corazones que han vivido el menosprecio. 


Después, como yo en su  día, sabrá que víctimas y salvadores son presas fáciles   y   manipulables   y   que   no   es   en   la   superficie   de   la   Tierra   donde   hay   que destruirlos sino en nuestro interior, el único lugar en el que somos los dueños”.


No puedo dejar de preguntar:“¿Amir se arrepentirá de su acto y sufrirá como la mayoría (otras almas suicidas) de los que he conocido? 
Amir   va   a   pasar   un   tiempo   creyendo   en   la   utilidad   de su   acto   sin experimentar las consecuencias, pero eso no puede durar pues hay un momento en el que el alma se despierta a otras realidades. Un momento de gracia donde cada uno pone el punto y se vuelve “el otro”. Un momento de Unidad donde el otro, al que se ha odiado, se convierte en una parte de nosotros. En ese momento todo se tambalea. 

Infierno,   paraíso,   son   palabras   humanas   para   contactar   con una   realidad ilusoria. El humano es el primer creador de sus propios sufrimientos y de su infierno personal.

Más allá, o más dentro si lo prefieres, no hay juicios de valor. Solamente hay un ser que, frente a sí mismo, examina su historia y comprende y siente, torturado  o no por lo que cree haber hecho, hasta que su corazón esté limpio de toda traza de odio hacia sí mismo y hacía el otro, y hasta que lo único que sienta sea Amor”.

Cuando   aquel   contacto terminó,   busco   saber   quién   era  ese monje   que  me había acompañado con una presencia tan luminosa y serena. Encontré   una   pequeño   reseña   en   Internet  (historia internauta)   que   podría corresponder a su vida o más bien a su muerte:
11 de junio 1963
Un bonzo budista se inmola por el fuego. 
Para   protestar   contra   el   régimen   dictatorial   pro   americano del   presidente vietnamita:   Ngô   Dinh   Diém,   un   bonzo budista   se   suicida   por   el   fuego   en   Saigón (Vietnam   del sur). Seguirán   otras   inmolaciones   públicas y   los   movimientos de oposición   serán   severamente   reprimidos   por   el   poder.   En   noviembre   un   golpe   de estado   derrocará   al   gobierno de Ngô   Dinh   Diém   que   será   fusilado.   En   1964,   los Estados Unidos decidieron enviar tropas a Vietnam a   fin de oponerse al avance del comunismo.

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