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24 julio 2018

LA ISLA DE LOS DIOSES, LA ISLA DE LOS ELOHIM: ÁVALON.

¡¿Dónde se encuentra la legendaria isla de Ávalon?!, se preguntan muchos investigadores.


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Estas fechas, en las que en el hemisferio norte del planeta es verano, son muy apropiadas para visitar la mítica y legendaria isla de los Elohims (los Señores de las Estrellas), la isla de Ávalon que, en la actualidad, es más conocida como el Monte Saint Michel. 

La isla de Ávalon no es más que la isla  que, actualmente, se conoce como: Monte Saint Michel. Antiguamente, era conocida como "Ei a Wallach", es decir, "la isla de los manzanos", en la lengua de los hombres que vivían cerca de ella. 

Hace dos mil años aún había en esta isla vestigios de algunas construcciones enormes realizadas por la civilización de la Atlántida. No confundir la geografía dónde se ubicaba la Atlántida con la cultura atlante que se extendió por varias zonas del planeta. 


Esta pequeña isla es una de las primeras embajadas en la superficie de la Tierra que, hace millones de años, visitaron los Señores de las Estrellas, los Elohims. 

Hace 2.000 años y cuando el Maestro y Avatar Jesús contaba con unos 12 ó 13 años, hizo una peregrinación hasta las isla de Ávalon. Fue su tío abuelo José de Arimatea  quien le llevó hasta allí no con afán de peregrinación sino por la necesidad de volver a estar en contacto con unas energías muy concretas de la Tradición y reavivar memorias de su propio pasado y compromisos tomados en el Alba de los Tiempos.

José de Arimatea, hace 2.000 años atrás, decía, al volver a encontrarse con algunos de sus amigos: Zaqueo, Myriam y Simón, al regresar de las lejanas tierras del norte de la tierra de Kal (la Galia) y, mucho tiempo después de haber llegado atravesando el mar hasta la Galia (Francia) junto con otros 18 seres más (en total fueron 22 los que vinieron, en dos embarcaciones), todos discípulos del Cristo: 

"....Si sabemos leer con los ojos de la sabiduría, de época en época podemos reencontrar las huellas de las fuerzas pasadas y conectarlas con nuestras propias huellas, recobrar el recuerdo perfecto de nuestra misión individual. 

Sí, debéis saberlo, muchas veces una roca contiene mucho más que una biblioteca entera, y puede estimular en nosotros energías insospechadas, compromisos adquiridos desde el comienzo de los tiempos.



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Cuando este mundo aún no era del todo este mundo, me contó (el Maestro Jesús) un día, asumió la labor de legislar (Jesús, en otra existencia anterior fue el primer Gran Legislador de la Atlántida) un inmenso reino conforme el único modelo de las Leyes Divinas. Cuando un cataclismo destruyó casi la totalidad del pueblo (la Atlántida) a quien había hecho ese regalo, los cimientos que sentó con sus esfuerzos quedaron preservados en textos y en energía sobre la roca de Ei A Wallach, que se convirtió en uno de los únicos puntos de la tierra de los hombres donde el fuego primordial seguía brillando.


También había encerrada en ella una energía de combate, una energía que tuvo que desarrollar esa tierra frente a seres arrogantes y de desmesurado orgullo.


Así que fue esa fuerza combativa hasta en la carne la que el Maestro sintió necesidad de resolver, acudiendo en oración a la colina de los manzanos. Esa fue una de las fases de transmutación, cosa que debéis saber, ya que nada debe permanecer oculto.


Hace unos quince mil años, el espíritu del Maestro dejó en tierra una espada de luz; en nuestros tiempos, le he visto añadirle la copa de su corazón. Nadie obra por la eternidad de la luz si no establece el equilibrio completo de las fuerzas en su interior y en torno suyo.

Que no os asombre ese devenir del propio Maestro, ya que todo el que enseña a los hombres antes ha sufrido como ellos en el mismo camino. Zaqueo, Myriam, Simón (no el Simón-Pedro), recordad..., recordad..., Kristos decía a veces: "la divinidad no es un regalo de Mi Padre, es la propuesta a cada forma de vida que se reconoce, al fin, como La Vida tras miles y miles de vagabundeos."

(Extraído de los Archivos Akáshicos)


"Caminos de aquellos tiempos. Memoria de esenio" - Anne y Daniel Meurois-Givaudan

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