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22 julio 2018

Preguntémonos: ¿Creo en Dios?, o ¿Dios cree en mí? (D. Meurois)


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Alguien me dijo un día: "El problema no es preguntarse "¿Creo en Dios?" sino más bien "¿Dios cree en mí?"

En aquel momento, encontré esta reflexión interesante porque daba la vuelta a una pregunta que se considera siempre en sentido único. Sin embargo, después de reflexionar sobre ella, creo ahora que sigue perpetuando nuestra vieja relación con la noción de Dios, esa que está oxidada, chirría y nos hace chirriar.

Esta forma de interrogarnos sigue manteniendo una separación desesperante entre la Divinidad y nosotros. Nos hace optar por el antiguo esquema bíblico que sitúa definitivamente a Dios al exterior de Su Creación.

Existe, por un lado, el Hogar divino donde están invitados los que podríamos llamar globalmente los Espíritus angélicos y, por el otro, la morada de los extraviados como nosotros, la de los que esperan la Gracia celeste y la felicidad inefable de ser salvados a la hora del Juicio final.

Por tanto, estaría Dios en Su casa y nosotros en la nuestra, esperando ingenuamente poder llamar a Su puerta si llega a mostrarnos que cree en nosotros. Seguimos igual...

A mi modo de ver, esta visión es apta para engendrar ya sea seres humanos sujetos a un sistema dogmático, o simplemente ateos, que serán lógicos consigo mismos si no tienen herramientas para hacer la distinción entre religiosidad y espiritualidad.

¿Simple discusión de palabras? De ningún modo. He podido observar a menudo que el desconocimiento del significado de las palabras conducía a graves contrasentidos porque, más allá de una palabra existe siempre un concepto concreto y por tanto todo un mundo de imágenes y de ideas, constructivas o destructivas.

¿Cuántos de nosotros, por ejemplo, utilizan las palabras "alma" y "espíritu" indiferentemente, como si fueran dos sinónimos que evocan el mismo principio? Sin duda, la gran mayoría.

¿Por qué abordo esta cuestión aquí? Para intentar ir un poco más al fondo de las cosas, es decir, al fondo de nosotros mismos, al corazón, tanto de lo que habitamos como de lo que nos habita.

En este orden de ideas, os relataré aquí una pequeña anécdota. Un recuerdo personal más que nos lleva de nuevo a la India, al lado de un Maestro de Sabiduría. Su nombre tiene poca importancia. Es su enseñanza, a veces desconcertante pero llena de humor, lo que importa.

Acompañado de unas diez personas, me encontraba recogiendo esa enseñanza desde hacía más de media hora. De pronto, rompiendo el hilo de su discurso, el Sabio nos hizo una pregunta clara y concisa:

"¿Dónde está Dios?"

Y, cada uno respondió a coro con el resto: "Pero... ¡Está en nosotros, Swami!". "No... ¡Vosotros estáis en Él! Él es omnipresente; el universo es Su morada."

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El Maestro de aquellos lugares retomó su discurso ahí donde lo había dejado un instante antes, quedándonos tan de acuerdo como desconcertados.

Un cuarto de hora más tarde, cuando estábamos a punto de despedirnos, he aquí que reiteró su pregunta, con la misma rapidez que antes: "¿Dónde está Dios?"

Con cierto ímpetu, me adelanté y le respondí: "Pero... ¡por todo a nuestro alrededor! Estamos en Él." 

"No... dijo con aire burlón. ¡Él está en nosotros!"

Algunos se rascaron la cabeza, otros abrieron sus ojos como platos. Al final, todos nos pusimos a reír a carcajadas.

A pesar de la aparente contradicción de las dos respuestas a la misma pregunta, lo esencial de la enseñanza que nos había entregado se resumía a esto.

Entonces...

¿Cómo abordar la noción de universos paralelos sin dar la sensación de que se trata de espacios que se sitúan fuera de nuestra realidad cotidiana cuando sus dimensiones están estrechamente imbricadas unas con otras... y en nosotros?

Llevando la reflexión más lejos, esto podría querer decir que el universo y Dios estarían en nosotros simplemente porque es ahí donde los creamos y los proyectamos después al exterior de nosotros... por necesidad de separar con el fin de poder identificarse uno mismo. Sin lugar a dudas... si no fuera porque, mal comprendida, esta mirada puede fácilmente desembocar en una forma de nihilismo que no tiene nada que ver con una comprensión justa de lo que es la Maya, la Ilusión.

En efecto, si todo se superpone y se une en un solo Punto, si el interior termina por confundirse con el exterior, Aquello que vive, o que piensa que vive en nosotros, puede sentirse perdido en las arenas movedizas de lo Infinito.

¿Es ahí donde tenemos que llegar? Afortunadamente no...

El objetivo de nuestro viaje es la reconquista feliz de nuestra identidad; no una perturbadora y dramática desidentificación.El objetivo es la búsqueda de nuestra Unidad, no es en absoluto el de nuestro aniquilamiento en un vertiginoso e inaprensible Absoluto.

Por supuesto, falta saber qué debemos entender por "nuestra identidad"... Si la definición que tenemos de ella se limita al espacio confortable que ocupamos en nuestro mundo y eventualmente a aquel, tranquilizador, que nos espera en el "otro", pasamos de largo inevitablemente del sujeto.

No basta interesarse por la existencia de otros universos para encontrarse a sí mismo. Este proceso representa, sin ninguna duda, un paso obligado, pero nunca dejará de ser un paso.

El problema es el de la integración de aquello que aceptamos primero mentalmente. No podemos en absoluto contentarnos con recolectar intelectualmente informaciones para agrandar nuestra morada. Tampoco sirve de nada esforzarse en coleccionar experiencias extracorpóreas con la esperanza de reconectarse con la definición primera de quiénes somos... a menos que estemos espontánea y explícitamente llamados a ello.

A mi modo de ver, la mejor manera de tomar conciencia de la Inmensidad de Uno mismo en el Universo y de la Infinitud del Universo en Uno mismo es abandonarse al Principio divino inmanente. Por mucho que tenga el privilegio de poder hacer viajar el cuerpo de mi alma bajo incontables horizontes, hay que comprender que no es esta capacidad la que me permite reconectarme con mi identidad primera.

Es mi abandono regular a la percepción del Principio de Vida que fluye de manera incesante de mi espíritu hasta mi alma y de mi alma hasta mi cuerpo para después resurgir de "Abajo" hacia "Arriba".

Es la percepción cada vez más constante de una Corriente de Vida compasiva que reclama a mi ser para que este se expanda en todas las direcciones de la horizontalidad.


Daniel Meurois-Extraído de su libro "Universos Paralelos" 


publicado en Isthar Luna-Sol
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