Los científicos investigan en laboratorio los extraordinarios poderes de los iniciados budistas.
Para la mayoría de nosotros, los monjes budistas son una especie de seres de otro mundo, ya que poseen capacidades ciertamente asombrosas, inalcanzables para el resto de los mortales. Sin embargo, bajo muchas capas de exageración y leyenda, también encontramos elementos sorprendentes que han cautivado la atención de los científicos y que desafían toda lógica.
Una de las proezas atribuidas a los monjes tibetanos y que ha sido objeto de mayor estudio por la ciencia occidental consiste en su presunta capacidad para subir a voluntad la temperatura del cuerpo. Confirmar esta termogénesis de la mente sobre el organismo y desentrañar sus secretos podría proporcionarnos algunos beneficios muy notables no solo para nuestra salud cotidiana, sino también para nuestra supervivencia cuando nos viéramos sometidos a una situación de frío extremo. En 1981, el doctor Herber Benson, de la Escuela de Medicina de Harvard, marchó a las montañas del norte de India para analizar el comportamiento de tres monjes practicantes de un tipo de meditación muy particular denominada g-tummo, que ha gozado de cierta fama al entenderse como un tipo de yoga que, gracias a la concentración, consigue calentar el cuerpo. Aunque, en verdad, estamos ante una práctica con connotaciones metafísicas mucho más profundas. En la particular concepción del individuo que maneja esta corriente yóguica, el g-tummo proporcionaría una manera de generar calor espiritual para destruir nudos psicológicos, eliminar bloqueos internos, dar fluidez al yo interior y aniquilar mediante dicha llama psíquica cuántas imperfecciones nos impidan conectar con la esencia primordial que llevamos dentro.
Para consumar ese reequilibrio y purificación interior, los monjes efectúan una serie de ejercicios mentales cuyo pilar fundamental radica en la visualización de los «canales» del cuerpo, es decir, las arterias, columna vertebral y sistema nervioso. El practicante de g-tummo focaliza la conciencia sobre dichos canales e imagina que un viento ardiente fluye a través de ellos desde un fuego principal que le nace debajo del ombligo. Progresivamente, este fuego central se irá inflamando y ramificando. Semejante ejercicio de imaginación se va acompañando de una respiración acompasada. Así se propicia la entrada de un aire reparador que, según la filosofía yóguica, ardería e iría quemando todas las impurezas espirituales que encontrara a su paso mientras se expande por los mencionados «canales» del meditador hasta salirle por la frente.
Otra de las pruebas rituales típicas del g-tummo consiste en cubrir los cuerpos desnudos de los meditadores con sábanas empapadas en agua helada. Así, a unos 4°C, consiguen secar las telas gracias al calor irradiado por la piel. Bajo tales condiciones, lo habitual sería sufrir una bajada de la temperatura corporal para retener el calor. Sin embargo, los monjes logran que salga vapor de las sábanas que les cubren.
La consecuencia fisiológica de este ejercicio mental, tras mucha práctica, es la termogénesis que tanto intrigaba al doctor Benson. Otra de las pruebas rituales típicas del g-tummo consiste en cubrir los cuerpos desnudos de los meditadores con sábanas empapadas en agua helada. Así, a unos 4°C, consiguen secar las telas gracias al calor irradiado por la piel. Bajo tales condiciones, lo habitual sería sufrir una bajada de la temperatura corporal para retener el calor. Sin embargo, los monjes logran que salga vapor de las sábanas que les cubren. Por si fuera poco, una vez al año, en febrero, durante la noche de luna llena que ellos consideran la más fría del invierno, estos religiosos duermen a la intemperie sobre la nieve en circunstancias letales para el resto de los mortales y, no obstante, ninguno siquiera tirita.
Fuego en el cuerpo
Pues bien, una vez en la India y gracias a la mediación del Dalai Lama, este investigador de Harvard tuvo la oportunidad de estudiar los cambios térmicos causados por la meditación g-tummo en tres monjes budistas de Dharamsala. Los resultados obtenidos fueron espectaculares y merecieron su publicación en el año 1982 en las páginas de Nature. El incremento de temperatura detectado durante la meditación en los dedos de las manos y los pies de los monjes rondaba los 8,3°C. ¿De qué manera estos religiosos consiguieron regular su metabolismo para aumentar el calor corporal? Todavía no se sabe con certeza y para mayor misterio, el doctor Benson comentó en un documental de la BBC titulado Proezas Físicas, que cuando trasladó a Estados Unidos a uno de esos monjes para reproducir con más calma los experimentos, no consiguió los mismos resultados extraordinarios. Con todo, en el año 2000 nuevas investigaciones del equipo de Herber Benson detectaron cierta actividad cerebral en los meditadores de g-tummo justo en aquellas áreas corticales que se correlacionan con la vasodilatación, así que esta podría ser una primera pista interesante para explicar el fenómeno. Pese a lo cual, los experimentos no han dejado de sucederse.
En 2013, la revista PLOS ONE publicó un estudio en el que se demostraba por primera vez el incremento de temperatura durante la práctica de la meditación g-tummo ya no en las extremidades de los religiosos, sino en el centro mismo de su cuerpo, lo que resulta bastante más complicado de lograr. Nuevamente, los sujetos experimentales fueron monjes pertenecientes a varios monasterios tibetanos remotos que consiguieron subir su temperatura axilar hasta los 38,8 grados centígrados.
La profesora María Kozhevnikov, del Departamento de Psicología de la Universidad Nacional de Singapur, monitorizó a dichos monjes mediante electroencefalografía para tratar de establecer una correlación entre la actividad cerebral de los sujetos y las variaciones de calor en sus organismos. Se detectó actividad de ondas alfa, beta y gamma en el electro durante la práctica de la meditación, coincidiendo la mayor subida térmica con el mayor incremento de alfa. En opinión de María Kozhevnikov, «los resultados indican que hay dos factores que afectan al aumento de la temperatura. El primero es el componente somático que causa la termogénesis, mientras que el segundo es el componente neurocognitivo (visualización meditativa) que ayuda a mantener las subidas de temperatura durante períodos más largos». De hecho, cuando los meditadores dejaron de visualizar la llama interior, su calor corporal descendió y perdieron el ritmo respiratorio.
Útil para la supervivencia
Este equipo de científicos cree que pueden extraerse algunas lecciones muy valiosas. En la medida en que se produzcan nuevos avances y explicaciones, las personas se adaptarán a ambientes fríos de una manera más natural; fortalecerán el sistema inmunológico en situaciones extremas y resistirán mejor algunas infecciones. Un conjunto de posibilidades que estarían al alcance de cualquiera de nosotros porque esta habilidad puede aprenderse. Bastaría con seguir los ejercicios y la disciplina adecuada. Kozhevnikov señaló a este respecto que «las personas a las que les enseñé la técnica de respiración fueron capaces de elevar la temperatura de su cuerpo, dentro de ciertos límites, y reportaron sentirse con más energía y concentración. Con más investigación, los no meditadores tibetanos podrían utilizar este tipo de respiración para mejorar su salud y regular el rendimiento cognitivo».
por Juan José Sánchez-Oro- Año Cero