Pedro Cortezo, pastor
de la localidad malagueña de Ojén, mantuvo contactos con seres de otros mundos
a principios del siglo XX. Lo sorprendente es que éstos le confiaron varias
profecías que se cumplieron, además de proporcionarle ciertas capacidades
psíquicas. Muchos vecinos de la población todavía recuerdan al bueno de Pedro,
más conocido por el apodo de «el sabio». Esta es su historia…
Existe una pequeña población en la provincia de Málaga que
sirvió de escenario para una serie de acontecimientos milagrosos,
prodigiosos y enigmáticos de los que aún hoy se habla. Situado entre la sierra
Blanca y la sierra de la Alpujarra se encuentra Ojén, un pueblo en medio de
montañas, de casas blancas y calles angostas, donde sigue resonando, en el
legado de su memoria, la figura de Pedro Cortezo, más recordado como Pedro «el Sabio». Nuestro
protagonista trazó su vida entre la segunda mitad del siglo XIX y principios
del XX.
Era un hombre de campo, un cabrero que durante las jornadas dedicadas
al pastoreo de sus animales solía perderse en la sierra que lo vio nacer y que
conocía a la perfección. Gozaba de buena reputación ante los vecinos de
Ojén, pues tenía fama de afable pese a su fornida condición física y mirada
sufrida. Pedro era confiado y compasivo, siempre dispuesto a ayudar a cualquier
ser vivo, humano o animal, que se encontrase en problemas.
Según
describe la memoria de su pueblo, destacaba por su sensibilidad, pues en aquel
entonces eran pocos los que se emocionaban al contemplar el hermoso paisaje
dibujado por la naturaleza o dedicaban su tiempo a otear el firmamento durante
las largas noches de invierno.
Vivió la mayor parte de su vida junto a su mujer sin llegar a
tener descendencia, y tampoco tenía hermanos. Hombre de fe, solía frecuentar la
iglesia y siempre compartía lo poco que ostentaba, ya que su oficio le
proporcionaba lo justo para vivir. Pedro Cortezo llevaba una vida tranquila, aunque
no exenta de esfuerzo y sacrificio. No obstante, su rutina se vería quebrantada
por un acontecimiento que cambiaría su vida para siempre. Tal como recuerdan
los vecinos de Ojén, ocurrió durante un caluroso día de verano de 1910, cuando Pedro contaba con
40 años de edad. Aquella mañana, como siempre, se despertó muy temprano con la
intención de pastorear sus cabras por la inmensidad del monte.
Tras varias
horas en aquel hermoso entorno, se acercó a un arroyo donde solía parar a
descansar junto a sus animales. Allí encendió un cigarrillo mientras las cabras
pastaban junto al reguero de agua. Los árboles cubrían la roca donde se
apostaba y los ramajes y arbustos impedían ver en la lejanía. Solo el arroyo
mostraba el claro sinuoso de su recorrido.
«HEMOS EVITADO EL FIN DE LA TIERRA»
Era un pastor acostumbrado a la naturaleza, así que sus sentidos estaban bien
agudizados y era capaz de percibir cualquier alimaña que se aproximase a él o a
sus animales.
Sin embargo, no pudo sentir la llegada de un extraño individuo que pareció surgir
de la nada. Llamaba la atención su figura estilizada y una vestimenta pegada al cuerpo. Según
narró Pedro a varios amigos, «aquel forastero vestía como nunca antes había
visto a nadie». El desconocido visitante entabló conversación con el atónito
hombre, y comenzó a
narrarle una increíble historia sobre la Tierra que
atrapó inevitablemente la curiosa atención de éste. El «forastero» le dijo
que nuestro planeta
era custodiado y protegido por seres de otros mundos desde
hacía milenios.
Cortezo, aunque curioso y atento a todo lo que escuchaba,
no se las gastaba de ingenuo, y su primer pensamiento es que se trataba de un
individuo que «no estaba bien de la cabeza». Ni corto ni perezoso, así se lo
hizo saber a su interlocutor, quien respondió que no estaba hablando con ningún
demente, sino que pertenecía a «una raza muy culta y de moral perfecta». Pedro
y aquel sujeto charlaron durante horas, mientras compartían algunas naranjas,
un poco de queso y algo de pan que el pastor portaba en su viejo y deteriorado
zurrón.
En aquella conversación, el «forastero» le reveló que en el más
remoto pasado «ellos» cambiaron el ángulo de rotación del planeta de 90º a 113º,
modificando también la trayectoria de un gigantesco objeto cósmico para que
impactase en la Tierra, dando lugar de este modo a las
cuatro estaciones. También le contó que tuvieron que destruir un satélite de la
Tierra para hacerla más habitable, y que hacía algunos años
el cometa Biela iba a impactar contra nuestro mundo, de modo que un equipo de
científicos extraterrestres disparó unos rayos desde Deimos –el más
pequeño de los satélites de Marte– para partir el
cometa en dos y evitar una catástrofe que habría provocado la extinción de la
especie humana y de otras animales.
Sin embargo, uno de estos rayos alcanzó el planeta en la
zona de Siberia, destruyendo un enorme terreno de bosque. El individuo le dijo
a Pedro que ellos observaron cómo el Gobierno ruso se puso en contacto «con los
sabios de la Sorbona y cómo éstos buscaron sin éxito alguno el cono de un
uranolito (resto de bólido)». Sin duda, se estaba refiriendo al conocido evento Tunguska, que
tuvo lugar en 1908 pero no se documentó hasta 1921, mucho después de la
experiencia de Pedro. ¿Cómo pudo conocer nuestro protagonista tal suceso en un
pueblo de Málaga en 1910?
En esa primera conversación, el visitante también reveló que
tuvieron que destruir estrellas que emitían grandes cantidades de radiación que
alcanzaban la Tierra, entre otras acciones con el fin de protegernos.
Dicho esto, el misterioso individuo abandonó el lugar, no sin antes advertirle
que volverían a verse.
PROFECÍAS CUMPLIDAS.
Aquel encuentro resultó
ser el preludio de otros tantos, en los cuales el extraño forastero transmitía
al cabrero retazos de una ciencia impensable para la época. Según se
recuerda, Pedro Cortezo comenzó a frecuentar la iglesia de una forma más asidua
y su actitud impregnaba de sosiego, paz y sabiduría a todos los que le
rodeaban. El hombre empezó a vaticinar acontecimientos futuros de los que
afirmaba ser conocedor gracias a los seres con los que hablaba, porque el
primer visitante dio paso a otros de similares características. En principio,
los vecinos lo convirtieron en epicentro de sus burlas, aunque el tiempo
terminó demostrando que muchos de los eventos que pronosticó acabaron
sucediendo. De modo que pasaron de reírse de él a llamarlo «el sabio»,
seudónimo por el que se le sigue recordando tras más de un siglo de aquel
primer encuentro.
Los mayores de
Ojén todavía rememoran las profecías de Pedro que se
hicieron realidad, como cuando aseguró que el fuego iba a rodear el pueblo.
Todos esperaban que se desencadenase un gran incendio, pero en
realidad sucedió que en los siguientes años se produjeron pequeños fuegos que
ciertamente formaron un círculo alrededor de la población, tal como había
vaticinado «el sabio».
También
predijo que las montañas que rodean a Ojén, algunas de unos 1.000 metros de
altura y completamente escarpadas, serían escalonadas hasta sus cumbres.
Esto era algo inaudito para un pastor de montaña que vivió entre
finales del siglo XIX y principios del XX, ya que el conocimiento tecnológico
de la época no daba para tanto. Sin embargo, en la década de los 90 se puso en
marcha un plan de reforestación de la zona, y se escalonaron todos los montes aledaños
a la localidad con el objetivo de repoblarlos. También predijo una riada que
llegaría a través de una de las calles que cruza el pueblo y que arrasaría con
todo a su paso. Pocos le creye- ron, pero al poco tiempo una fuerte tormenta
provocó un movimiento de tierra que desvió un gran torren- te de agua hacia la
calle señalada por Pedro, provocando, tal y como había anunciado, graves daños.
Pero nuestro protagonista también era capaz de adivinar muertes y nacimientos,
tal como recuerdan los mayores del lugar.
«ME IRÉ CON LOS COSMONAUTAS»
Los encuentros de «el sabio» con los extraños visitantes se
hicieron cada vez más asiduos, pero pasado un tiempo
dejó de compartir con sus vecinos estas experiencias, a la vez que daba
muestras de nuevas capacidades aparte de las proféticas, como las sanadoras.
Esto le proporcionó una enorme fama no solo en su pueblo, sino también en otros
aledaños. Muchos acudían al humilde pastor para que pusiera fin o al menos
disminuyera la gravedad de sus males. Desde Guaro, Monda, Coín, Alhaurín el
Grande, Istán o Mijas, entre otros, visitaban a Pedro aquellos que sufrían
alguna enfermedad. Éste los atendía, siempre sin descuidar su oficio de
cabrero, porque no quiso enriquecerse con sus capacidades. Hizo de consejero,
profeta y sanador, aunque jamás llegó a satisfacer la duda que todos le
planteaban: ¿Quiénes eran esos seres con los que se comunicaba? ¿Se trataba de
ángeles o de habitantes de otro planeta?
Pedro «el sabio» se mantuvo siempre fiel defendiendo sin tapujos
la existencia de estos guardianes de la Tierra que
le transmitían su amor por la naturaleza, el planeta y el universo. Como
explicamos, su historia
traspasó las fronteras que trazan las montañas de Ojén. En la
hemeroteca encontramos un viejo artículo dedicado a su figura publicado en el
diario Sur de Málaga el
26 de enero de 1968. En el reportaje, basado en las declaraciones de aquellos
vecinos que recordaban las andanzas de «el sabio», leemos lo siguiente:
«Y éste habló en cierta ocasión a sus familiares de un largo viaje que iba a
emprender con los desconocidos cosmonautas… Él, quizá, no retornase jamás a la
Tierra, pero (decía) que nadie llorase, por- que en el infinito todo es
posible».
UN AMIGO EXTRATERRESTRE.
Casi un siglo después del primer encuentro de Pedro con el enigmático
individuo, Ojén volvió a
ser epicentro de una aparición insólita. En este caso, el
protagonista fue Marino Amaya, un prestigioso escultor leonés afincado en la
localidad malagueña. Ocurrió el 26 de septiembre de 1996aproximadamente
a las nueve de la noche, cuando Marino enjaulaba a los perros en un terreno de
su propiedad. De repente, observó una extraña luminaria que cruzaba el cielo
nocturno sobre la serranía.
Momentos después de aquel avistamiento comenzó
a percibir un ruido, señal
inequívoca de que «algo» estaba dentro de su propiedad. La zona
es frecuentada por jabalíes, zorros, jinetas y otras alimañas, pero aquel
sonido logró que el escultor se estremeciese. Incluso pensó que se trataba de
alguien con no muy buenas intenciones. A pesar del miedo, el escultor decidió aproximarse lenta y
prudentemente hacia los arbustos de donde procedían los ruidos.
En cierto instante, Marino se giró, porque una potente y cegadora luz llamó su atención. De aquella luminosidad emergió un diminuto ser de unos noventa centímetros de estatura, muy delgado y cuyos largos brazos le llegaban hasta las rodillas. Aparentemente, la figura carecía de ropas, sus pies eran grandes y planos, su piel rojiza brillaba en mitad de la noche y en su inexpresivo rostro resaltaban dos grandes ojos azules.
En cierto instante, Marino se giró, porque una potente y cegadora luz llamó su atención. De aquella luminosidad emergió un diminuto ser de unos noventa centímetros de estatura, muy delgado y cuyos largos brazos le llegaban hasta las rodillas. Aparentemente, la figura carecía de ropas, sus pies eran grandes y planos, su piel rojiza brillaba en mitad de la noche y en su inexpresivo rostro resaltaban dos grandes ojos azules.
Acto seguido, el ser se desplazó levitando hasta una roca
cercana a Marino y comenzó a revelarle el porqué de su visita. Dijo que se había presentado ante el escultor por su
naturaleza buena y bondadosa. Además, al igual que en el caso
de Pedro «el sabio», aseguró que procedía de una cultura lejana que se
preocupa- ba profundamente por el planeta Tierra. Tras aquel encuentro, que no
se alargó más de media hora, Marino volvió a establecer contacto con el
humanoide en repetidas ocasiones. Éste le revelaba mensajes referidos al
cuidado de la Tierra y algunas predicciones, como la de un terrible atentado
que iba a tener lugar en España en 2004, y que muchos vinculan con el ocurrido
el 11 de marzo de ese año en la madrileña estación de trenes de Atocha.
Como recuerdo de su misterioso interlocutor, Marino Amaya decidió realizar una escultura
de «mi amigo alien», tal como grabó en una placa a los pies de la
talla. Aquella escultura despertó ciertas discrepancias en el pueblo de Ojén.
Lamentablemente, nuestro protagonista falleció en 2014, llevándose el secreto
de sus asombrosas experiencias.
Fuente:/Año Cero/Esteban Palomo