En mis vidas terrenas he experimentado los efectos del riesgo y todas las consecuencias generadas por el movimiento de mis decisiones y mis actos. Cuando conviví con el Amado (Jesús el Cristo), sentí que no debía imitar su actitud, ni sus ideas, como la mayoría hacían a mi alrededor, sino que fui descubriendo paulatinamente su Esencia y fui penetrando en su misma sintonía.
Se puede decir que mi alma se arriesgó. Decidí sentir en mí sus verdades, sus palabras, su amor a Dios y a la Unidad. Jamás ‘creí’ en él…, sino que permití que su fuerza me atrajera, permití que se produjera el magnetismo entre su esencia y la mía, una fuerza muy distinta de la electricidad, aunque corran paralelas.
La fuerza de atracción del magnetismo, en cualquier faceta, es una clave para comprender la fuerza del Amor.
La creencia es como una muleta innecesaria e ingenua.
Las creencias son una fuerza ciega e incluso a veces insensata e ilógica.
La creencia parece que dista mucho de la confianza, la fe y la certeza.
La creencia jamás es una experiencia, ni un conocimiento directo.
En el fondo, la persona que cree en algo, es un ser influenciable que acepta que otros piensen por él; alguien que permite que otros digan cómo alimentar su alma única y peculiar.
Experimentar significa simplemente arriesgarse.
En el riesgo está contenida la fuerza de la fe.
Sin riesgo y experimentación directa, tan solo nos queda la creencia y la imitación.
Sin el riesgo, tan solo vive en ti el temor y el miedo, esté o no disfrazado, el cual se diluye rápidamente cuando arriesgas
y te atreves a dar nuevos pasos hacia lo desconocido.
No te estoy hablando tan solo de misticismo sino de arriesgarse a experimentar nuevos
territorios en tus relaciones, en tu trabajo y en tu cotidianeidad. Esa, es hoy mi visión, mi
vivencia y mi aportación.
Mensaje transmitido a Marta Povo