Me acuerdo de una cierta conmemoración… Casi no se hablaba de otra cosa…
Diez o veinte años después de que esto sucediera, el evento seguía estando a la una de las columnas de los periódicos.
Un aniversario… ¿el de un bello evento? Oh, no, ¡un drama! De hecho, poco importa qué evento fue. Todos los dramas son dramas para quienes los viven y es lógico que no se puedan borrar fácilmente de sus memorias.
Por el contrario, lo que es remarcable, es que en cada rincón del mundo, en el momento en el que sucede un evento trágico, una especie de fuerza inconsciente y colectiva no puede evitar reavivar el recuerdo, década tras década. Evocamos, pues, el horror en las memorias. Las resucitamos… o las implantamos en los más jóvenes.
Evidentemente, el argumento es simple: “Sobre todo, ¡no hay que olvidar! Es no olvidando como evitaremos el hecho de que se reproduzca”.
Y quiero creer en la sinceridad de aquellos que, celebrando un triste y terrible aniversario, nos dicen: “¡Nunca más tal accidente, tal masacre, tal guerra o tal inconsciencia!”
El problema, es que estoy cada vez más persuadido de que obtenemos un resultado inverso al efecto deseado. A fuerza de mantener viva una memoria dolorosa, es el dolor mismo, con su motor, sus engranajes y su cortejo “de efectos colaterales” lo que terminamos por enraizar en nuestra sensibilidad individual y colectiva.
¿Acaso por ello se evita la repetición de nuevas aberraciones o monstruosidades?
Por desgracia, seguro que no. Sólo es necesario, para persuadirse de ello, de hacer un balance rápido de nuestro planeta. Sin comentarios, ¿verdad?
El recuerdo de un drama alimentado durante demasiado tiempo es como la semilla que plantamos en el presente y para el futuro. Creo que una conciencia digna de ese nombre – ¿podría decir un alma? – se cultiva con la esperanza y con lo bello.
Y seguro que no se cultiva paseándose infatigablemente entre las ruinas de un pasado en ocasiones demasiado insoportable y en el que vemos muy bien que estamos estancados. Estimular una cicatriz, es siempre arriesgarse a una nueva infección.
Hay cosas magníficas que esperan ser construidas mientras que existen verdaderos aniversarios – dinamizantes- ante los que sin duda no nos paramos lo suficiente.
Oh, no estoy intentando decir que haya que negar el pasado, sus víctimas y sus héroes, olvidándoles. Soy consciente que los duelos deben vivirse. Como las personas humanas, las comunidades y los pueblos que están amputados, aunque sólo sea de una parte de su memoria, permanecen siempre en busca de su identidad y de sus raíces. Para permanecer de pie, un árbol no se alza sólo hacia el cielo.
De hecho estoy convencido de que si el olvido total no existe realmente, podemos, por el contrario, crecer a través de los recuerdos, sean los que sean.
Mi proposición sería sencillamente que dejemos de reavivar constantemente, y por acto reflejo, las brasas que no dejan de buscar el oxígeno para poder continuar devorando. Creo firmemente que podemos aprender a superar un sufrimiento, un rencor, una antigua y profunda cólera y que el hecho de intentarlo forma parte de nuestra dignidad de seres humanos.
No hay que pretender arrancarlo todo de golpe, como si fueran malas hierbas, sino aprender, poco a poco, a volar más alto.
Del mismo modo que la Memoria puede hacernos más fuertes, también los recuerdos pueden esclavizarnos… Y si sin embargo no somos capaces de pasar página, demos al menos una oportunidad al tiempo para que opere naturalmente su obra de desactivación. Y entonces quizá, un día, sin que nos demos cuenta, un poco de comprehensión y de amor brotará de todo ello.
El Perdón es, sin duda alguna, la única fuerza que pueda desactivar el efecto boomerang al que dramáticamente nos hemos acostumbrado a abonarnos.
Daniel Meurois
Terapias Esenias y Egipcias