El aumento súbito de la temperatura en los últimos dos siglos es la mejor muestra de que estamos ante un potencial desastre de magnitudes planetarias. Como nunca antes en su historia, el ser humano se enfrenta a un momento crítico, dónde la existencia de cada ser vivo está en vilo por su actividad y emisión indiscriminada de gases efecto invernadero a la atmósfera.
Los estragos del calentamiento global aumentaron en intensidad durante el último cuarto de siglo, instante en que las investigaciones y al mismo tiempo, las consecuencias del efecto invernadero se replicaron frenéticamente. La alarma mundial por los cambios en el sistema vivo que forma al planeta en su conjunto, motivó estudios y campañas, iniciativas globales e intentos por concienciar al público de la gravedad del problema y empezar a revertir lo que aparece como un riesgo global para cada ser vivo.
La razón utilitaria que llevó al hombre a imaginar que la Tierra era un organismo inagotable en recursos, con la capacidad de satisfacer cada necesidad humana (sin importar si proviene del estómago o la imaginación), hoy se cae a pedazos ante la cruda realidad: el planeta, que en un principio se antojaba infinito, dispuesto en su totalidad para la apropiación del hombre y lleno de bondades para la vida, enfrenta en la actualidad un escenario catastrófico.
Sin embargo, existe una desconexión creciente entre la comprobación empírica de este fenómeno y la noción sobre el mismo. Para millones de personas acostumbradas a mirar con suspicacia los discursos oficiales de gobiernos, instituciones internacionales y líderes de opinión (con sobrada razón), el cambio climático es una gran farsa, parte de cualquier teoría conspiracionista con fines varios.
El verdadero problema no está en la duda legítima sobre un tema, sino en que esa duda no se formula en la crítica y el escepticismo, sino desde un discurso impulsado por un grupo que sin importar nada más, pretende mantener la tasa de ganancia sobre sus negocios.
¿A quiénes conviene ignorar el calentamiento global?
La teoría de la incredulidad frente a este fenómeno no está sustentada en la curiosidad innata del hombre, ni siquiera en la falta de rigor de los estudios científicos o la ausencia de pruebas contundentes del desastre climático en curso.
En realidad, esta idea responde a los intereses de un grupo tan poderoso como influyente en la producción económica, científica y política global, que opera sigilosamente desde empresas, universidades, laboratorios y altos cargos públicos legitimando su propio régimen de producción de verdad: se trata de la industria de combustibles fósiles, un negocio multimillonario que desde hace más de un siglo, adaptó el modo de vida del resto del mundo a sus intereses.
Durante la segunda mitad del siglo XX, nadie podía siquiera imaginar la vida sin el carbón, la gasolina y los motores de combustión interna. Toda la energía eléctrica, el gas en los hogares y los combustibles que mueven a los distintos transportes cada día en todas las ciudades del mundo, son impulsados por energías fósiles.
Motivo por el que estos combustibles se consideren erróneamente vitales, como un mal necesario para poner al mundo en movimiento; sin embargo, la investigación y el desarrollo de alternativas energéticas han demostrado no sólo ser más eficientes, también baratas, renovables y no contaminantes con el ambiente.
En una sociedad libre, creer que el calentamiento global es una farsa resulta una opinión tan válida como tantas otras. No obstante, difundir la falsa idea de que el calentamiento global no es un hecho científico, sino un invento y encima hacerlo con la intención de evitar la alarma internacional ante pruebas y verdades como puños para seguir llevando al planeta a un punto destructivo de no retorno, no solamente es una opinión ignorante, también peligrosa, dañina, desinformada y sobre todo, implantada, apoyada y financiada para explotar a la Tierra hasta su extinción.
por Alejandro López